«Me he propuesto destilar de su memoria la gesta de las personas desposeídas, decantar el vinagre y la miel de sus días, de los tuyos, rescatar vuestras voces y ofrecerlas embotelladas en papel y tinta» (Mujeres errantes, Pilar Sánchez Vicente).
Una mañana de verano cualquiera en la que las olas tranquilas de la Playa de Poniente, los veleros que se podían vislumbrar a lo lejos, el sol radiante que brillaba y bañaba nuestra piel y el tiempo en calma pronosticaban una tarde que nos depararía una ruta literaria especial por el Gijón que tanto conocíamos, pero que aún nos resultaba curioso, acompañadas por una autora vitalista, cercana y apasionada por su tierra y por la escritura. La tinta y Pilar Sánchez Vicente se vieron por primera vez esa tarde del verano de 2021 en la Plaza Mayor de Gijón, aunque el saludo fue tan cariñoso que parecía que nos conociéramos desde hace tiempo. Habíamos quedado en encontrarnos en la farola central de la Plaza rectangular y empedrada, porticada por dos de sus lados, y diseñada en 1852, lugar donde también se encuentra el Ayuntamiento de Gijón. Salimos de la Plaza para iniciar nuestra particular ruta literaria.
Pilar Sánchez Vicente promete mostrarnos las dos Cimavillas (o Cimadevilla, como se conoce en la actualidad), mientras tañen las campanas de la iglesia de San Pedro. Nuestra primera parada es el Palacio Valdés, situado al final del paseo marítimo de Gijón, frente a las termas romanas de Campo Valdés, que fue construido en el siglo XVII, según los cánones del renacimiento italiano, y considerado uno de los mejores palacios de Asturias. Comprobamos que su fachada es muy sobria, carente de ornamentos y decoración, y donde, casi borrado, se observa el escudo de la familia Valdés-Salas. Adosada a la torre izquierda del Palacio se halla la Capilla de Guadalupe, también conocida como Capilla de Santa Cruz, declarada Monumento Histórico, construida entre los siglos XVI y XVII, y que ha tenido diversos usos a lo largo de su historia, desde fábrica de tabacos a colegio privado en nuestros días. Pronto llegamos al Museo Casa Natal de Jovellanos, de finales del siglo XVI, en la en la que nació y vivió el ilustrado Baltasar Melchor Gaspar María de Jovellanos. La misión principal del Museo es la de conservar e investigar el patrimonio artístico municipal, así como conmemorar la figura y la obra de este ilustrado, defensor de las artes y quien, preocupado por la escasa producción artística de Asturias, hubiese visto con agrado cómo las dependencias del caserón familiar albergan ahora obras de los más brillantes representantes de la pintura y escultura asturianas. A continuación, visitamos la anexa capilla de los Remedios, en el lateral izquierdo del Museo donde se encuentra el sepulcro de Jovellanos. En la plaza que lleva su nombre nos llama la atención el establecimiento hotelero que, en sus orígenes, el escritor ideó como sede del Instituto de Náutica y Mineralogía.
Siguiendo el rumor de las gaviotas, nos acercamos hacia el Puerto deportivo de Gijón, uno de los lugares más fotografiados de la ciudad, presidido por el Monumento a Don Pelayo, delante del Palacio del Conde y Colegiata, en referencia al Marqués de San Esteban del Mar de Natahoyo y Conde de Revillagigedo, cuya casa se conoce como Palacio de Revillagigedo, hoy Centro Internacional de Arte Contemporáneo. En nuestro paseo nos fijamos en las famosas «letronas», que reproducen a gran escala la marca turística de la ciudad, hechas en acero macizo de color rojo, con una altura de más de tres metros y un peso de diez toneladas en total, inauguradas en 2009 y que fueron donadas y fabricadas sin soldadora por empresas integradas en la Federación de Empresarios del Metal y Afines del Principado de Asturias.
La mención al Principado de Asturias lleva a Pilar Sánchez Vicente a contarnos que sus orígenes tuvieron que ver con una muestra de vasallaje al rey Enrique III. Para ello, se remonta al siglo XIV y a la figura de Alfonso Enríquez de Trastámara, conde de Gijón y con señorío en Noreña, considerado en esa época el noble más importante del reino. En 1395, tras asaltar la torre de Villaviciosa e incendiar la ciudad, Enrique III colocó ante Gijón por primera vez un arma de artillería, una bombarda fabricada en un taller de Burgos.
Desandamos nuestros pasos en busca de una terraza donde poder realizar la entrevista a la escritora, pero antes pasamos por la que se llamaba Calle de los Recogidos y hoy es el tránsito conocido como Travesía de Atocha. En realidad, el nombre de la rúa viene del término «La Tocha», posiblemente un apodo del que ha derivado «Atocha». Parece que nos adentramos en uno de los rincones ocultos del Gijón más turístico, pues apreciamos las calles estrechas y las casas bajas, con galerías de madera que, según Pilar Sánchez, «tienen el sabor de la zona pesquera». Muy cerca de este lugar está el Callejón de las Fieras, con viviendas obreras tipo ciudadelas, cuyo nombre se debe a un informe municipal de 1904 en el que se decía que «el ayuntamiento no puede consentir de modo alguno que aquellos vecinos sigan exponiendo su salud y hasta su vida en locales que mejor parecen cuevas de fieras que habitaciones para humanos».
Nuestro recorrido a pie por Cimadevilla termina en la terraza de una sidrería en la Plaza de la Corrada, llamada así porque en ella tenían lugar corridas de toros. Junto con Pilar y antes de iniciar la entrevista, brindamos por la Literatura, por las Blogueras y por las Escritoras y, a continuación, iniciamos nuestra distendida conversación. Empezamos por el final, pues antes de la entrevista, la autora nos dedica el libro Mujeres errantes, con un ex libris muy personal, ideado expresamente por la escritora para esta obra, y en el que hemos de encontrar, en el diseño del mar, las letras que forman nuestros nombres.
Estamos listas para entrevistarla y comenzamos presentándola ante la atenta mirada de ella misma que se muestra encantada con esta introducción: Pilar Sánchez Vicente es historiadora de formación, trabaja como archivera del Tribunal superior de justicia de Asturias, ha sido guionista y presentadora de televisión, además de autora de numerosos artículos y publicaciones relacionados con la historia, la memoria, la identidad o el poder de las mujeres. Ha escrito nueve novelas: Comadres (2001), La Diosa contra Roma (2008), Operación Dracul (2010), Mujeres errantes (2018), Gontrodo, la hija de la luna (2019), Luciérnagas en la memoria (2019), La muerte es mía (2020), Sangre en la Cuenca (2021) y La hija de las mareas, de reciente publicación, y el cómic titulado El fantásticu viaxe de Selene (2015). Dentro de la no ficción ha escrito obras como Breve historia de Asturias (2006).
– Pilar, ¿eres un compendio de todas tus facetas?
Yo creo que a lo largo de la vida vamos creciendo. No podría ser lo uno sin lo otro, o tal vez no soy nada al ser todo lo que acabáis de mencionar porque no te especializas en nada. El marco de todo esto me lo da la Historia y también el tener un armario construido, que es mi cabeza, para almacenar e interpretar todos los datos en mi memoria. Lo que me sirve mucho es ser profesional de la información, acostumbrada como estoy a tratar y cribar lo que es falso. Ello, además, me permite acceder a fuentes que otros no pueden tener fácilmente. Mi profesión y mi formación se complementan.
– ¿Cuándo decidiste adentrarte en la escritura?
En mi página web hay un artículo titulado Genio y figura, primer cuento que escribí con 11 años. Ahí ya «se me vio venir». Luego escribía como «las mercenarias de la pluma», es decir, por encargo. En 2001, tarde para iniciarme como escritora, pero harta de escribir para los demás, fue cuando decidí rescatar Comadres, que estaba en un cajón, y esa fue mi primera novela. A partir de ahí le cogí «el gustillo» y hasta hoy.
– ¿En los recuerdos de tu infancia está la abuela Genara que aparece en tu novela Mujeres errantes?
Genara era una tía-abuela, llamada en realidad María Valentina, que vivió con nosotros mucho tiempo y con la que pasaba los veranos en Hospital de Órbigo, en León. Cuando volví al pueblo, siendo ya adulta, la casa de veraneo, que yo recordaba muy grande, en comparación con el piso en el que vivía en Gijón, me pareció muy pequeña. Fue curioso darme cuenta de las cosas y realidades que dimensionamos cuando somos niños. Escribí muchísimo durante esos veranos de la infancia.
– ¿Es más complicado escribir desde Gijón que desde Madrid o Barcelona, por ejemplo?
Ser una escritora de provincias, alejada de los grandes centros neurálgicos de la escritura, y el hecho de no tener agente literario tal vez me hagan ser una escritora atípica. Las redes sociales facilitan mucho la tarea, eso sí.
– «Narradora de la genealogía», creas historias con un claro protagonismo de mujeres anónimas a las que das voz, ¿sigue siendo necesaria esa mirada en nuestra literatura en la actualidad?
Me gusta más considerarme una «narradora de la genealogía feminista» y, por supuesto, que es necesario dar voz a mujeres anónimas. Las estadísticas nos dicen que las mujeres somos un colectivo muy dañado por la diferencia, por el lenguaje discriminatorio, como si estuviéramos aún en la Edad de Hierro. Yo reivindico el feminismo desde la trinchera literaria: cada una puede reivindicarlo desde su propia trinchera o parcela de realidad: el trabajo, el teatro, la cocina…, con cualquiera de las trincheras propias podemos cambiar el mundo. Lo que procuro en las novelas, más que contar historias, es abrir puertas a la curiosidad y a la imaginación.
– ¿Cómo es el proceso de escritura de cualquiera de tus novelas?
Cuando empiezo una novela, lo tengo muy definido. Arranco con un Excel y tengo protagonista, principio, final y trama. Escribo la novela y lo que hago es «engordarla» internamente. Comadres la tenía terminada en treinta folios, Mujeres errantes tenía ciento y pico folios y la última, La hija de las mareas, trescientos y pico folios… Mi proceso de escritura tiene tres fases bien diferenciadas: una vez que la idea la tengo definida, el primer año es el de la documentación (películas, música, informes, estudios, tesis, novelas que me sirvan como inmersión en la época, etc.). El segundo año es el del «vomitorium»: las historias van sueltas; un instante que tenía un renglón, de repente, tiene su propia historia. El tercer año es el verdaderamente importante, pues lo dedico a escribir con la goma de borrar, es decir, es el año de quitar. Antes de enviárselo a la editora procuro borrar y pulir el léxico como ciertos «modismos playos» del tipo «picar a la puerta», como se dice aquí, pero que he tenido que suprimir por «llamar a la puerta». Ello le quita algo a la escritura, pero no puedes poner piedras u obstáculos a la lectura porque esta ha de ser fluida.
– ¿Cómo es el proceso de documentación de cualquiera de tus novelas, de Mujeres errantes, por ejemplo?
«En el pecado llevarás la penitencia». En Mujeres errantes tenía documentación oral que es mucho más complicada de transcribir y plasmar que cuando la documentación es escrita, sea en papel o de forma digital. Escuché catorce horas de grabación de audio de la Tarabica y de Chelo la Mulata. Fue muy difícil recoger todo lo que decían por la verdad de sus palabras, por ser tal la cantidad de información viva que transmitían que anulaba cualquier otro tipo de historia que no fuera la transcrita. Busqué un personaje fuerte, que es el de Greta, para que ellas no la anularan. Sus vidas son parecidas, una con formación y la otra sin ella, pero, sin embargo, ambas acaban dependiendo de un hombre que las maltrata. ¡Qué mayor felicidad que encontrar la aceptación de una misma en soledad!
– ¿La identidad y la memoria son constantes en tus novelas?
Sí, ambas son muy importantes. Saramago decía: «somos la memoria que tenemos y la responsabilidad que asumimos. Sin memoria no existimos y sin responsabilidad quizá no merezcamos existir». Efectivamente, estoy de acuerdo con esta afirmación. Vuelvo nuevamente a la genealogía feminista de la que hablábamos antes.
– ¿Cómo lo haces para narrar desde diferentes voces y en distintos planos temporales?
En Mujeres errantes, por ejemplo, necesité crear al personaje de Gaspar García Laviana y llevar la narración hacia Nicaragua porque me di cuenta de que la Chata me «comía» la historia, al igual que Greta. ¿Cómo imbricarlas, además, en la trama? Eso lo encontré en el Padre Gaspar, el Ché asturiano, un personaje anulado por el poder. Por otro lado, construir historias en diversos planos me permite contar muchas cosas que, en un mismo planto temporal, no sería posible.
– En relación con esto que comentas, ¿qué supone que alejes tus novelas de Gijón y te vayas, por ejemplo, a la Isla de Ometepe, en Nicaragua, o a Suiza, como se aprecia en Mujeres errantes?
El mundo es tan pequeño que a la vez lo convierte en inmenso. La Humanidad se mueve tanto que, en mis novelas, precisamente para luchar desde las trincheras, las tramas tienen que viajar para abrir los ojos a los lectores. Solo viajar quita la ignorancia. Literariamente es muy rico y hago trabajo de campo, me quedo con la esencia de los lugares que he visitado para utilizarlo en mis escritos. Cuando lo escribo no me fijo en ello realmente, pero luego me alegra que lectores como vosotras os deis cuenta de ello.
– «Sexo, drogas y rock and roll», ¿no?
(Risas). Mi padre siempre decía que en las novelas debía meter algo de sexo para vender, aunque para él el sexo se limitaba a dar un beso. En realidad, mi padre es el personaje de Guillermo Expósito de Mujeres errantes. Y mucho de lo que narro en la novela son anécdotas que oí contar durante toda mi vida.
– En Mujeres errantes leemos que «Cimavilla era un paraíso. Cimavilla Paradise». ¿Ese iba a ser su título original?
Sí, pero la editorial me hizo cambiarlo por otro y de ahí surgió Mujeres errantes. Y fue todo un acierto.
– ¿La muerte sigue siendo un tema tabú?
Esta sociedad sigue siendo muy hipócrita y la muerte, como otros temas, sigue siendo un tema tabú. Me tocó vivir de forma muy directa la muerte a través de experiencias tremendas. No se puede hablar del suicidio, por ejemplo, cuando hay diez muertes diarias, por temor al efecto llamada, pero hay páginas en internet en las que se tutela, licita o promociona el suicidio. No sabemos convivir con la muerte porque vivimos en una sociedad en la que parecemos eternamente jóvenes y permanentemente eternos, gracias al lobby farmacéutico. La vida digna es lo que hemos de salvar.
– ¿Prefieres no encasillar tus novelas en subgéneros: histórica, negra…?
En el caso de las históricas, doy todo a una época en una novela y no puedo volver a contar algo sobre ese periodo histórico. La novela negra es una válvula de escape, con esquemas muy fijos, fáciles de crear para mí. De hecho, entre cada novela histórica que escribo, leo novela negra porque me sirve para resetear. Mi idea es continuar Operación Dracul, nombre de un socio de Ceaucescu, como una colección de bolsillo, pues en el momento de su publicación estaba en pleno éxito la saga Crepúsculo, de Sthephanie Meyer, y mi novela no tiene nada que ver con esa saga porque de lo que hablo en la obra es sobre la prostitución en Rumanía.
– ¿Es fácil dar un final a las historias?
Sí, con matices. Encontrarte contigo mismo siempre es un final feliz.
– ¿Son tiempos difíciles para la escritura?
Por paradójico que parezca, el confinamiento me vino fenomenal para escribir durante diez o doce horas al día y terminar La hija de las mareas. Soy una persona muy vitalista: vivo lo bueno y me olvido de lo malo rápidamente porque para lo poco que vivimos… Además, me encanta la toma de contacto directo con mis lectores y conocer cómo crece la novela en ellos.
La tarde languidece y damos por finalizadas la ruta literaria y la entrevista a Pilar Sánchez Vicente. Le agradecemos su guía y sus palabras por el Gijón actual, pero también por el que recuerda a siglos pasados. Invitamos a nuestros lectores a seguir nuestros pasos, a redescubrir la ciudad «sin miedo. Sin rumbo. Sin freno», como una «huida hacia delante».
– Mujeres errantes. Pilar Sánchez Vicente. Editorial Roca. Barcelona. 2018. 365 páginas.