DOSCIENTOS HAIKUS DE AMOR Y UNA CANCIÓN ENCADENADA, DE PEDRO VILLAR Y ROSA MARÍA MARCILLAS.

«Entre tus labios

el vaivén de las olas

besa la orilla

donde la arena guarda

el dolor de tu ausencia».

Según la tradición, un haiku es un género poético de origen japonés, compuesto por tres versos sin rima: el primero y el tercero son pentasílabos y el segundo, heptasílabo. No obstante, esta métrica es flexible; de hecho, en su idioma originario, los haikus se escriben en diecisiete moras, unidad fonética que equivaldría a unas catorce o quince sílabas. Los haikus suelen hacer referencia a escenas de la vida cotidiana o de la naturaleza y, en ocasiones, incluyen alguna referencia a una época o momento del año determinado: es lo que se conoce como «kigo». Además, el poeta − o «haijin»− transmite la emoción que  ha sentido al contemplar algo, pasando así de la esfera descriptiva a la poética: nostalgia, armonía, fugacidad, belleza, olvido…

Los autores de Doscientos haikus de amor y una canción encadenada (2020), Rosa María Marcillas Piquer y Pedro Villar Sánchez, nos invitan a descubrir el poder de la poesía en unos versos «para interiorizar, para leer despacio y profundizar en ellos con la calma tan necesaria en nuestros días», «como una forma de expresar lo indecible, la alegría y el dolor humano, donde solo la poesía y sus imágenes son capaces de rozar su delicada esencia».

– ¿Quiénes son Rosa María Marcillas y Pedro Villar? 

(Rosa Marcillas). Soy una mujer sencilla, sensible y curiosa. Me gusta navegar en el propio paisaje, en el complejo laberinto del alma, acercarme al prójimo, abriendo de par en par su corazón y bucear en el lenguaje para hallar la palabra sugerente, que le permita expresar, con cierta claridad, sus inquietudes y sentimientos. Amo la vida sencilla y disfruto de mi profesión, como maestra de pedagogía terapéutica, del vuelo de los pájaros, del color del mar y los días de sol… Preocupada por las luces y las sombras que el ser humano es capaz de albergar, busco en la escritura su abrigo en los días de lluvia: «Más allá de la piel, existe un universo inabarcable, cuyas razones se confunden y las palabras tan solo llegan a rozarlo muy levemente. Por más que intentamos acercarnos y comprender lo que la epidermis protege con tanto celo, no podemos alcanzar el misterio que guarda. // Y así vivimos, ignorando lo que habita más allá de la piel».

(Pedro Villar). Me considero una persona afable, curiosa, abierta a la vida y a los sueños. La escritura ocupa un papel fundamental para expresar mis emociones. Escribir me reconcilia con la vida y concibo la poesía, y la literatura en general, como un espacio de libertad, donde los deseos, las emociones y los sueños son todavía posibles. Escribe para recomponerme, para encontrarme, para no sentir el frío de la noche, en la que las palabras son un bálsamo necesario: «Nací, que ya es bastante, tengo los años que tengo, soy lo que fui, lo que olvido y lo que siento que soy. […] Amo la lectura y los viajes, sobre todo en tren. Mi pasión primera por la poesía se debe al impulso de regresar al lugar donde fui niño y recuperar los juegos, los cantos y las palabras escritas en la arena».

– En Cuéntame, publicado junto a la ilustradora argentina María Wernicke, Pedro Villar nos dice: «Cuando mi voz tuvo el tamaño de los sueños, recogí una a una las palabras». ¿Cuáles son vuestros sueños?

(Rosa Marcillas). Mi mayor sueño es sentir que la vida se reinicia cada mañana, que todo está por hacer, que se puede palpar su magia en una flor, en una mirada o en una simple palabra, que sus versos pueden rozar tus sombras y abrazar tus fríos.

(Pedro Villar). Mi sueño es que las palabras sirvan para unir, abrazar y sentir la vida en toda su plenitud, que sean el espejo de nuestra forma de ser. También deseo que la lectura y la escritura signifiquen, en lo profundo, un espacio habitable, una honda reflexión, una necesidad vital, pero, sobre todo, una forma de comprender y sentir el mundo.

– ¿Qué lecturas o autores os han influido y orientado en vuestro camino?

(Rosa Marcillas). Muchas son las lecturas que han marcado nuestra trayectoria personal, pero, desde que nos interesamos por la brevedad de la poesía japonesa y nos decidimos a escribir a dos voces, hemos ido recopilando libros de haikus, que, precisamente, por su lectura rápida e intensa, facilitan la conexión con el entorno y la reconexión con uno mismo, descubriendo una dimensión casi mágica de lo cotidiano. Me gustaría destacar las antologías de poetas clásicos, como las de Basho o Issa, las recopilaciones de Vicente Haya, como La inocencia del haiku: Selección de poetas japoneses menores de 12 años (2012), o la recopilación de haikus modernos y contemporáneos en catalán, titulada Llum a les golfes (2018), traducida por el poeta, ensayista y crítico estadounidense Sam Abrams, en la que aparecen poetas como Joan Alcover, Eugeni D’Ors, López Picó, Carles Salvador…, realizando un interesante recorrido por los ciento doce años de producción poética en catalán inspirada en la poesía de tradición japonesa.

(Pedro Villar). En poesía, mi referente es La realidad o el deseo, de Luis Cernuda, uno de mis poetas favoritos. Su forma de decir me parece arrebatadora, una de las cumbres de la poesía española. Otras influencias notables han sido las de Antonio Machado, Miguel Hernández o García Lorca y, como aprendizaje, los octosílabos del Romancero o los endecasílabos de Garcilaso de la Vega. En novela, El Quijote siempre me enseñó la asombrosa capacidad de fabulación del ser humano, la ironía y el sentido del humor, la sabiduría popular del refranero… De Eduardo Galeano, me seduce toda su obra, especialmente, El libro de los abrazos (1993), por su capacidad para el asombro y la emoción; siempre vuelvo a él cuando necesito sentir el soplo cálido de las palabras. Finalmente, de Luis Landero, mi novelista de cabecera, me atrae su forma entrañable de contar donde todos nos podemos sentir identificados con alguno de sus personajes.

– Leer o escribir poesía supone, como dice Ana Pelegrín, «descubrir una mirada sensible de la realidad». De la vida, ¿os emociona…?

(Rosa Marcillas). La escritura siempre parte de una necesidad, de una emoción latente en la mirada, que el paisaje simplemente estimula. Nos emocionamos con nuestros poemas y textos; nos ayudan a sanar heridas, a comprender la esencia de la vida, a acercarnos al prójimo, a sobreponernos ante la adversidad y a seguir nuestra andadura, pese a tener la certeza de nuestra imperfección y de nuestros propios errores.

(Pedro Villar). La poesía lleva la belleza y la magia de las palabras, es el regalo más hermoso que podemos recibir y ofrecer. La emoción de la poesía supone para mí regresar al origen, al estado de inocencia desde el que explicarnos el mundo, rescatar la capacidad para el asombro y la emoción. Las palabras, parafraseando a Juan Carlos Mestre, nos salvan de la intemperie de la realidad. Poeta es aquel que siente la emoción dentro de sí, quien traspasa el umbral de lo cotidiano y lo transforma en esencia, en pura luz que nos ciega de tanta dicha en la contemplación. Poeta es aquel que escucha el eco de sus pasos, quien se mira hacia adentro, quien siente la noche y el latido de los astros, quien ofrece su voz y su mirada al infinito, quien entrega sus manos abiertas en un acto de amor sin nombre.

– «A veces escribo para ofrecer alas al corazón y vendas a la tristeza». (Pedro Villar).  ¿Para qué o quién escribís?

(Rosa Marcillas). En principio, siempre escribo para mí misma, pensando en lo que siento y me emociona, en mis propias vivencias, aunque, frecuentemente, soy capaz de meterme en la piel ajena y vivir con intensidad otras vidas, otras realidades. En una segunda reescritura, intento despersonalizar lo escrito, alejarme, tomar distancia, para que otros puedan descubrir su propia voz en mis palabras.

(Pedro Villar). La escritura es siempre una terapia, la palabra me ayudó a reconocerme emocionalmente. Me acerqué a la poesía cuando tuve la necesidad de comunicar y decir las cosas de otra manera, cuando sentí las palabras como pura magia de significados e imágenes, cuando necesitaba responder a preguntas que no tenían respuesta. Si escribo para niños y otros seres sensibles y curiosos, lo hago desde el convencimiento de que el juego es el camino de entrada a la poesía y persigo los versos que despierten la capacidad para la sonrisa, el asombro o la emoción. Creo que el poema, como el vuelo del colibrí, es tan real y tan atento al sonido del corazón, que hace posible el canto. Cuando escribo para adultos, los temas son los relacionados con aquello que me emociona o me crea desasosiego.

– ¿Qué tiene de especial el haiku para seguir enamorándonos?

(Rosa Marcillas y Pedro Villar). Son versos para leer despacio y profundizar en ellos con la calma que suele faltar en nuestros días. El haiku es una forma de expresar el instante, lo indecible, la alegría o el dolor humano, donde solamente la poesía y sus imágenes son capaces de rozar su delicada esencia. Emociones, sentimientos, deseos, reflexiones… todo nuestro complejo mundo interior cabe en esta estructura poética de tradición japonesa, que permite acercarnos a la poesía en su comprensión y expresión desde la magia de su aparente sencillez y brevedad.

– ¿Cuál ha sido el hilo conductor en la selección de los haikus?

(Rosa Marcillas y Pedro Villar). El hilo conductor de esta selección ha sido el amor, así como todo aquello que habitualmente sentimos, pensamos o nos afectan, pero que nos cuesta expresar, ya sea por vergüenza o, simplemente, a causa de no tener las palabras o los recursos adecuados. Nuestro libro Doscientos haikus de amor y una canción encadenada está dividido en cuatro capítulos: «Latidos», «Espejos», «Voces del corazón» y «Paisajes del alma». Aunque la distribución de los haikus, en ocasiones, es arbitraria, el libro avanza desde los más sensitivos hasta las reflexiones más abstractas.

– El libro es un homenaje también a la poesía de Neruda, ¿no es cierto?

(Rosa Marcillas y Pedro Villar). Así es. Sin duda, uno de los libros fundamentales relacionados con el amor en la poesía contemporánea es Veinte poemas de amor y una canción desesperada. Elegimos el título Doscientos haikus de amor y una canción encadenada como homenaje a la poesía de Pablo Neruda. Además, cada capítulo se abre con un verso del poeta chileno.

– ¿Cómo ha sido trabajar, de manera conjunta, especialmente, en esta obra?

(Rosa Marcillas y Pedro Villar). Ha sido una experiencia muy enriquecedora, gracias a las ventajas de la tecnología y la posibilidad de compartir documentos, aun estando en lugares diferentes. Algunos haikus han sido escritos por uno de nosotros, sin embargo, otros los hemos creado de forma conjunta. Esta forma de escribir te permite establecer cierta conexión y complicidad creativa, llegando a conocer y aprender de las estrategias de pensamiento y de escritura del otro. Ello implica también respeto, generosidad y aceptación de las sugerencias o correcciones. Para ambos ha sido una oportunidad de crecimiento, tanto a nivel personal como poético.

– ¿Cuál es el aporte fundamental que brindan las ilustraciones a un texto poético?

(Rosa Marcillas y Pedro Villar). Nuestros libros en común van acompañados por nuestras propias fotografías, suelen ser paisajes o curiosidades que descubrimos en esos instantes de contemplación y conexión con el entorno y que nos sirven de inspiración para nuestras creaciones; son pequeñas muestras de poesía visual y cotidiana. Con ello pretendemos invitar al lector a descubrir la sorpresa y la magia que encierra cada instante irrepetible.

– ¿Qué significa para Pedro Villar la obra y vida de Miguel Hernández? ¿Por qué sigue siendo necesaria la lectura de Miguel Hernández en las aulas?

Son un ejemplo de la voluntad del ser humano y de su capacidad de comprensión. Escribí Miguel Hernández en 48 estampas (2013), como homenaje a su poesía, como un acercamiento para niños, jóvenes y otros seres sensibles y curiosos a la figura del poeta oriolano. El libro está escrito en cuartetas de versos octosílabos, acompañadas por ilustraciones de Pedro Villarejo, al estilo de los romances de ciego, recorriendo los momentos significativos de la vida y obra de Miguel Hernández, una forma de expresar mi admiración por sus versos, con la intención de reivindicar la poesía honda y humana, por encima de posicionamientos ideológicos que, en ocasiones, han enturbiado la lectura de su obra.

Su poesía nos habla del compromiso con el ser humano desnudo y desvalido frente al mundo a través de imágenes y versos de gran belleza y calidad, con una intensidad lírica fuera de lo común. Miguel Hernández sigue siendo el rayo que no cesa, una de las cumbres de la poesía del siglo XX, una voz personal y auténtica, la palabra de un poeta que debemos admirar y que nos identifica como seres humanos en cada verso que late en su poesía. Es un ejemplo de honestidad, constancia y fidelidad a uno mismo. Nos enseña el poder de la voluntad y el convencimiento de que los sueños son posibles. Su voz es un canto contra la injusticia, la defensa de la palabra frente a la barbarie y la sinrazón. En su poesía descubro la mirada inocente de todos los niños del mundo, veo a los humildes, a los desheredados de la tierra, contemplo el silencio de los seres sin voz, el canto de los pájaros, la raíz oscura de la tierra, la esperanza en un mundo más justo y humano.

– Como docentes y escritores, ¿cómo acercar la poesía a los más jóvenes?

(Rosa Marcillas y Pedro Villar). La palabra poética debe de ser sonora, medida y rítmica, tiene que ser una voz que se eleve de la escritura, que rompa los límites del papel impreso, que se escuche y se cante. Todo poema para niños ha de superar la prueba de la lectura en voz alta y del recitado y debe ser transmitido sin afectación, pero con convencimiento a través de diversos ritmos, entonaciones y melodías. Un poema no es un adorno, no es una excusa para los días señalados del calendario escolar, ni tampoco tiene que ser un espacio para evaluar la comprensión o la gramática (una de las formas más comunes de alejar a los niños de la poesía). Al contrario, un poema es un territorio sagrado, un valor en sí mismo, la sonoridad y la magia de las palabras, que alumbran imágenes poéticas que construyen la sensibilidad y el imaginario de los niños, un poema es, en definitiva, el trabajo continuado de la palabra necesaria como alimento que nos hace crecer como personas. La poesía debería ser la celebración gozosa y afectiva del lenguaje.

– ¿Cuáles son vuestros próximos proyectos?

(Rosa Marcillas). Sigo escribiendo haikus y tankas – poemas, también de origen japonés, que constan de cinco versos, pentasílabos el primero y el tercero, y heptasílabos los restantes. Es una forma de conectar con el entorno y encontrar la felicidad y el equilibrio necesarios para afrontar lo cotidiano. También tengo un par de libros de poesía intimista recientemente terminados en los que sigo buceando en el amor, la memoria, el olvido… Ese universo inabarcable que habita más allá de la piel. Además, he colaborado con la revista literaria digital mexicana Taller Igitur, en la sección Formas breves de la poesía japonesa.

(Pedro Villar). Estoy trabajando en un proyecto en el que recojo textos en prosa poética, independientes entre sí, pero con la vinculación común con la naturaleza, como metáfora del ser humano y de los sentimientos que lo habitan. Exploro los territorios más íntimos de sus emociones y sueños, en una constante búsqueda de las palabras que rozan el pulso de la vida, un camino hacia el corazón.

Agradecemos a Rosa y Pedro su amor por la poesía y sus palabras llenas de lirismo y os invitamos, estimados lectores, a leer haikus y a atreverse con su escritura sugerente y reflexiva…

Doscientos haikus de amor y una canción encadenada. Rosa María Marcillas Piquer y Pedro Villar Sánchez. Valencia. Olé Libros. 2020. 98 páginas.

Miguel Hernández en 48 estampas. Pedro Villar Sánchez (Autor). Pedro Villarejo (Ilustrador). León. Amigos de Papel. 2013. 56 páginas.

La inocencia del haiku: Selección de poetas japoneses menores de 12 años. Vicente Haya. Madrid. Vaso Roto Ediciones. 2012. 212 páginas.

Llum a les golfes: Una antologia del haiku modern i contemporari català. Sam Abrams (Traductor). Barcelona. Viena Editorial. 2018. 384 páginas.

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