«Nadie no puede tener nada que ocultar. Las vidas deben ser transparentes, ejemplares».
Paloma González Rubio es Licenciada en Filología Semítica y fue solista del cuarteto de música sefardí Simane. En los años ochenta, escribió letras de canciones y, a través de la Literatura, descubrió que podía contar y expresar aquello que le importaba. Dentro del mundo editorial, ha sido correctora, traductora y editora. En 2007, obtuvo el primer Premio de Relato José Saramago, concedido por un jurado compuesto por Luis Mateo Díez, Fernando Marías, José Ovejero y Emilio Gavilanes y publicado por Ediciones La Discreta, en 2008, dentro de un volumen que reunía los dos relatos premiados y los finalistas.
Como escritora de Literatura Juvenil, ha participado en Aurora o nunca (2018), libro incluido en la destacada lista White Ravens , de la Biblioteca Internacional de Münich (Alemania), en la que se incluyen aquellas obras de Literatura Infantil y Juvenil que presentan características destacables según su temática, originalidad, estilo…, siguiendo el criterio de más de veinte profesionales de la Literatura. En 2019, fue la ganadora del XVIII Premio de Narrativa Juvenil Alandar, de la editorial Edelvives, con su novela João. También es autora de Antípodas(2019), una novela en la que Nerea, la protagonista, descubre que Antípodas nos es el nombre de un reino mítico, sino un lugar móvil, que se encuentra en el extremo opuesto al lugar que se ocupa en el mundo. Allí es donde tiene que viajar, junto con su familia, para acabar descubriendo cuál es el verdadero sentido del viaje. Además, Paloma González Rubio ha publicado dos novelas para adultos tituladas Epitafio (2010) y El delito de la lluvia (2014), donde se encuentran dos personajes sin aparente conexión, solos y aislados, cuando se avecina el fin del mundo: un hombre que se inspira en el personaje principal de una saga policíaca y una lectora de las novelas de las que él es protagonista.El único lazo que parece unirlos es la Literatura −¿podrá acaso ser la única que les salve la vida?
Ventanas fue Finalista del XVIII Premio Anaya de Literatura Juvenil, XIII Premio El Templo de las Mil Puertas a la mejor novela nacional independiente y elegida uno de los mejores libros del año por El País. La tinta se asoma a los diferentes tipos de «ventanas», contenidos en la propia novela, para que su creadora, Paloma González Rubio, nos oriente en el viaje al interior del sinsentido de la guerra y sus víctimas.
– «Esta novela, basada en una anécdota real, es una denuncia de la indefensión de la infancia en los conflictos armados y el drama que convierte a los niños en soldados». ¿Cuál es ese hecho real en el que ha basado tu novela?
Mi familia materna estuvo muy ligada al activismo durante la República. Las hermanas de mi bisabuela, Claudina y Luz García Pérez, se integraron en comités que denunciaron las condiciones de las trabajadoras de la aguja. Claudina llegó a formar parte de las listas electorales por Palencia. A fuerza de significarse, fueron perseguidas en la posguerra. Una de mis tías abuelas, Esther, me contó, en una comida familiar, la anécdota que dio origen a Ventanas: detuvieron a los hombres en sus centros de trabajo, luego acudieron a la casa donde mi bisabuela y una de sus hermanas cosían y se las llevaron, dejando a los niños solos. La diferencia entre la anécdota real y la historia del libro residen en que a mí me lo cuentan como si fuera algo divertido.Los niños pidieron dinero a los compañeros de sus padres, compraron chucherías, hicieron una pequeña fiesta y, cuando mi bisabuela volvió a casa, se los encontraron a todos empachados de comer caramelos. Mi tía abuela no lo relataba como una tragedia, a mí, en cambio, me pareció brutal y de ahí surgió la idea.
– Los diecisiete capítulos, que conforman la novela, reciben nombres –como «Tragaluz», «Mirillas», «Gatera», «Vidriera», «Respiradero», «Claraboya», «Troneras», entre otros−, que son los espacios de paso de los personajes, pero que representan también, simbólicamente, lugares inhóspitos, crueles, opresores…, convirtiéndose así en «los otros» protagonistas de la obra, en ocasiones, incluso, más que los personajes «de carne y hueso». ¿Qué ha querido transmitir en los títulos de los capítulos? ¿Fuiste consciente de su relevancia, ya desde el propio título de la novela? Tus obras suelen tener títulos cortos, pero muy significativos, ¿por qué?
Una de mis muchas excentricidades a la hora de escribir es que, para no contaminarme con otras voces narrativas, durante el proceso de escritura de una novela, leo, de manera infatigable, tratados de arquitectura. La idea de titular el libro Ventanas ya estaba desde el principio, porque, de pequeña, yo veía desde un lugar prohibido para los niños, al que llamaban «El terraplén», ese incendio de las ventanas del edificio en que vivía al anochecer. Cuando la idea de la novela me rondaba, vi una imagen idéntica, desayunando en la cocina de mi casa, y supe que ese sería el motivo central.Esa misma mañana escribí el primer capítulo y, de forma natural, se me ocurrió que el título de cada capítulo fue una alegoría sobre la luz que una ventana deja entrar, la exposición de los personajes a los ojos de los demás, el aire que circula o se enrarece…
En cuanto a los títulos cortos de mis novelas, es cierto que tengo tendencia a concebirlos de ese modo, ciñéndome al motivo central. Es una forma de mantener siempre en mente lo esencial de la historia que abordo, porque tengo tendencia a dispersarme y he de echar mano de recursos que me pongan límites.
– Al principio de la novela se narra que «desde el fin de la contienda se había prohibido el uso de cerrojos en las puertas. Las ventanas no pueden ser cubiertas con visillos o cortinas. La ordenanza contenida en el discurso de proclamación del nuevo estado decía literalmente: «Atrás quedarán los días de las balas perdidas que podrán alcanzar a los ciudadanos inocentes cuando se apostaban en sus ventanas […]. Se acabó el oscurantismo y el miedo. Os hemos traído un nuevo amanecer». Las ventanas de todas las viviendas de la ciudad eran una pantalla panorámica que mostraba el interior de las estancias. […] Los ciudadanos estaban obligados a no tener nada que ocultar, ni siquiera su propia desnudez». Después de haber pasado una pandemia, inmersos en una guerra en Europa, viviendo en países con gobiernos frágiles y, en ocasiones, no demasiado competentes, ¿el estar constantemente alertados, dentro y fuera de nuestras casas, por nuestros móviles, por cámaras de vigilancia, nos está convirtiendo en seres vulnerables?
El fragmento que citáis es una crítica a cómo el poder, sea cual sea su signo, nos vende sus consignas, su forma de concebir la ejemplaridad. Justificar que todo el mundo exponga su vida a los vecinos con la excusa de que ya no hay que esconderse porque no hay «balas perdidas» es casi tan escalofriante como la posibilidad de que pueda haberlas.
Una vez concebida la estructura de la novela, resultó inevitable dar vueltas a la idea del panóptico de Foucault, a la exposición de nuestras vidas, al control mediante todo tipo de dispositivos: tarjetas de bonificación, que radiografían nuestra forma de vida a través de nuestras compras o de los lugares donde las usamos, nuestros dispositivos, las páginas de internet que visitamos y, obviamente, lo que mostramos en nuestras redes, de forma totalmente irreflexiva. Efectivamente, creo que vivimos en un sistema que nos hace pagar por la seguridad con servidumbre y que aceptamos, con muchísima ligereza, dar una información excesiva de nuestras vidas a cambio de bagatelas.
– El «Nuevo Amanecer», que se ha instalado en el mundo de los protagonistas −los hermanos Bruno y Silvina, y sus primos Pablo, Martina y Mateo−, es tan inhóspito como cruel, máxime cuando apresan a sus padres y tienen que enfrentarse solos, siendo apenas unos niños, a la vida desalmada que les espera sin sus progenitores. ¿Son la infancia y la adolescencia las únicas que pueden cambiar el estado de excepción de tu novela, frente al mundo de los adultos? ¿Son también las únicas esperanzas posibles para cambiar el mundo actual?
Me gustaría pensar que sí. Me encantaría recuperar la confianza que tenía cuando era adolescente en que es posible un mundo mucho mejor, que no es tan difícil, que el obstáculo son solo los individuos de las generaciones que nos preceden, pero no puedo recuperar esa fe en el cambio, porque percibo que el utilitarismo del actual sistema educativo es un escollo para fomentar el pensamiento crítico. El ocio pasivo y las relaciones virtuales, a través de dispositivos individuales, tampoco ayudan a generar ideales colectivos o una clara voluntad por salir de la zona cómoda.
La única esperanza está en las nuevas generaciones, pero sin educadores comprometidos que fomenten el debate, el altruismo, que muestren los aspectos de la realidad que nos esconden, es muy difícil que las nuevas generaciones se conviertan en agentes de ese cambio.
– El ocaso que implanta el nuevo orden de la novela, después de la guerra sufrida, pretende controlar a sus ciudadanos a través de sus ventanas: «En el interior de las casas se prenden luces mortecinas que alumbran vidas miserables, visibles desde las ventanas desnudas . […] La vida de cada vecino, sobre todo en las plantas bajas, es visible hasta en sus más mínimos detalles. Sus habitantes se esfuerzan por revelar costumbres ordenadas: todas las superficies están pulidas y limpias. […] Nadie quiere estar en boca de nadie por salirse de la norma, no hay nada que ocultar ni de lo que avergonzarse. Todo está a la vista». ¿Por qué cree que existe esa necesidad de conocer la intimidad de las personas y tenerla como medio efectivo de control?¿Somos cada vez más exhibicionistas dentro de nuestra intimidad?
Es una pregunta interesante para la que no tengo una respuesta. Como escritora, me limito a consignar una mirada, a contar lo que aprecio en una historia y su contexto. soy mirona por naturaleza, asi que no me extraña esa tendencia que casi todos los humanos tenemos de mirar a los demas. Aprendemos mirando, conocemos distintas formas de desenvolvernos por medio de la observación. Luego, cada uno hacemos un uso distinto de esa mirada. En mi caso, la vuelco en la escritura.Comprendo el afán de mirar, lo que no comprende es el exhibicionismo, el ofrecerse para ser visto, que ha acabado devorando el sentido de compartir, porque el exhibicionismo no se dirige a las personas más cercanas, a las más próximas, sino a absolutos desconocidos . Imagino que cada exhibicionista tiene una motivación diferente para mostrarse y su talón de Aquiles particular.
En Ventanas ese afán por mostrarse ejemplar se debe al miedo, a un miedo real a significarse, a ser delatado, la ejemplaridad mercantil de las redes sociales, que muestra comidas en restaurantes exclusivos, prendas de ropa de vértigo…
– Uno de los protagonistas, Bruno, de apenas trece años, tiene que tomar las riendas de su mermada familia: «No puede dar rienda suelta a su impotencia, a su miedo. […] Siente deseos de sollozar, de llorar y gritar para liberar la opresión que se le ha instalado en el pecho, pero no puede hacerlo. No puede demostrar que se siente desamparado». ¿Hay infancias cada vez más cortas? ¿Qué se pierde con ello?
Me resulta muy difícil responder a esta pregunta, porque «infancia» me parece un concepto muy abstracto. ¿De qué infancia hablamos: de la de los niños del Tercer Mundo, de la infancia del mundo occidental en las ciudades o de la infancia en el mundo rural? Creo que, en general, al menos en Occidente, hemos perdido de vista la importancia del juego. Las familias son cada vez más reducidas, pasan mucho menos tiempo juntos y los niños están sobrecargados de deberes, de actividades… Los juegos suelen ser más domésticos que al aire libre y en grupo. Claro que con este sistema de vida se pierde mucho: la sensación de pertenencia a un colectivo, el de los chicos de tu barrio, la libertad de jugar «a tus anchas», sin la vigilancia estricta de un adulto.En una situación de excepción, la infancia es corta por necesidad; en un clima de prosperidad,
– En la novela, el espacio interior de las casas ya no es íntimo, pero el espacio exterior también ha dejado de ser un espacio común, público y seguro: «Desde la guerra, han desaparecido las farolas de la calle. Dejaron de encenderlas desde los primeros bombardeos. Luego, la mayor parte de ellas se hizo añicos, y aún siguió sin restaurarse el alumbrado público. ¿Qué tipo de luces se pierden al apagarse cualquier tipo de razón o de justicia en los enfrentamientos bélicos? Por el contrario, ¿qué luces son necesarias encender, para sobrevivir a los mismos, para reconstruir un país y las vidas de sus habitantes, tras el fin de los enfrentamientos bélicos?
Las luces que se apagan son las de disponer de la tranquilidad y el ánimo para dilapidar el tiempo, para la reflexión libre de la preocupación por la supervivencia. Esto constriñe el pensamiento e impide disfrutar del arte, de la cultura. Se apaga la luz de la confianza en tus contemporáneos.
Por el contrario, creo que, para superar una catástrofe, la luz más importante que debe encenderse es la de la solidaridad. La historia que se cuenta en Ventanas no sería la misma de haber encontrado a esos niños una persona solidaria. Y la solidaridad tiene muchas manifestaciones, desde la preocupación por quienes están próximos, hasta compartir una reunión, contar historias, leer juntos, enseñar a quienes te rodean habilidades útiles y aprender de ellos. Si no hay reunión, comunicación, intercambio, la reconstrucción profunda, la auténtica, que no atañe solo a lo material, no me parece posible.
– «Las patrullas que merodean por la noche en busca de indigentes y, según dicen, de miembros de la Resistencia, detienen a quienes se encuentran por la calle a deshora, lo interrogan; cualquier individuo se convierte automáticamente en un sospechoso». En las sociedades actuales, ¿todos somos sospechosos de algo: de tener un virus, de ser el enemigo, de cometer delitos…, en lugar de ser inocentes hasta que se demuestre lo contrario?
Es curioso, pero el mismo día que me enviasteis la entrevista, antes de abrirla, sostuve con unos amigos una discusión sobre ese asunto. Alguien contó una anécdota sobre un hombre a la espera de un juicio, unos minutos después salió en la conversación con su hijo y… hubo un silencio. Era como si el hijo también fuera sospechoso por su relación genética con el inculpado, como si tuviera que ser culpable de un delito que estaba a la espera de cometerse. Vivimos en una sociedad en la que la desconfianza hacia el otro nos aísla, en la que el fomento de divergencias, de los puntos de desencuentro como seña de identidad, de reafirmación, nos hace más débiles, más vulnerables.La Historia nos enseña que señala a otro, a un enemigo, nos da la falsa percepción de estar en posesión de la verdad, en el bando correcto. Lo curioso es que ahora fomentar la sospecha, como esa anécdota de padre inculpado e hijo ya sospechoso, no nos hace pertenecer absolutamente a nada, ni nos proporciona satisfacción ni consuelo, solo incertidumbre. Tal vez deberíamos pensar si no vivimos en un mundo como el que se describe en Ventanas .
– Siguiendo con las paradojas de la obra, el narrador afirma: «Ahora solo se es libre encerrado en un lugar sin ventanas. Solo se es libre en las mazmorras, donde nadie puede espiar». Como filólogas y apasionadas lectoras, nos damos cuenta de la cantidad de oxímoros o de contradicciones que encierran dichas afirmaciones, que, sin embargo, contienen una gran carga significativa. ¿Eras consciente, al escribir la obra, de todo ello? ¿Qué ha querido transmitir con ello?
Sí, fui consciente de las paradojas que fui sembrando. Todas ellas iban abonando la paradoja final que, por razones obvias, no podemos desvelar en la entrevista… Me limito a lanzar la pregunta relevante: ¿quién te promete la libertad te hace libre o te esclaviza para su causa?
– En Ventanas también hay porteros encargados de cerrar los portales, por la noche, para que nadie se atreva a salir, que «repasan las listas donde anotan cada día los nombres de los vecinos a medida que llegan al edificio antes de cerrar el portal, así como los visitantes de cada casa y si han salido o no de ella. ¿Estos porteros recuerdan a los serenos de la Dictadura franquista, encargados de cerrar y abrir puertas, pero, sobre todo, grandes chivatos a favor de los Regímenes autoritarios?
Para ser sincera, el personaje que tenía en la cabeza cuando hablaba de los porteros en general y de Clementina en particular, fue la última portera de un edificio en el que viví en mi juventud: no se le escapaba nada y siempre sabía transmitirlo a la persona más inadecuada. Que la Stasi no la reclutase fue una pérdida incalculable para la organización. Lógicamente, un personaje así no puede sino remitirte a los soplones de cualquier Régimen autoritario. Me guardé de utilizar la figura del sereno. Me importaba mucho que la novela no aludiera ni a un país ni a una guerra en particular, porque lo que representa es la indefensión de la infancia en cualquier conflicto bélico.
– «Estar perdido no significa no saber dónde se está. La mayor parte de las veces uno se pierde en los lugares más familiares. Basta un cambio de ánimo, la falta de luz, la ausencia de sonidos familiares y los lugares que se frecuentan se vuelven irreconocibles». ¿Cómo pueden convertirse los lugares cotidianos en espacios amenazantes?
A veces el contexto cambia, otras, eres tú quien eres distinto. Basta un solo minuto para que un lugar, que siempre fue para ti hospitalario, represente una amenaza. La casa en la que los niños residen en la novela no es la misma casa antes de la detención de sus madres que después de esa detención; ni antes de la primera noche que pasan a solas que despues de esa madrugada. Unas veces, el cambio está en un nuevo conocimiento adquirido, otras, en la absoluta incertidumbre.
– «Las ventanas fueron concebidas desde la antigüedad para dejar pasar la luz. Están hechos para ver desde dentro, no para ser vistos desde fuera. Las ventanas no solo dejan pasar la luz, también se abren para dejar circular el aire, pero hay ventanas que se han transformado, que no son un medio para comunicarse con el interior, sino una forma de defenderse del exterior». ¿De qué amenazas externas debemos defendernos desde el interior de nuestras casas? ¿Qué nuevos aires sería necesario que circularan dentro y fuera de nuestras casas?
mostramos blindarnos contra las soflamas que hacen de nuestros vecinos «el otro» del que debemos «guardarnos», porque dividirnos nos resta fuerza en el día a día, y el ciudadano de a pie no vive de la división. Tendríamos que resistirnos a pensar que otros, unas terceras personas indeterminadas, son quienes deben hacerse cargo de los que lo pasan mal cerca de nosotros y que, debido a ello, podemos eximirnos de nuestra propia responsabilidad a la hora de implicarnos. Es necesario resistirse al miedo a la incertidumbre, que nos debilita; y de todo lo que nos invita a acomodarnos para no crecer; a volvernos ciegos y sordos al sufrimiento de los demas. La solidaridad real, activa, nos daría el aire necesario para respirar y restauraría nuestra confianza en el prójimo.
– «Nunca había oído a nadie en público mencionar la palabra guerra. Esa era una palabra reservada al interior de los hogares, al volumen al que se susurra un secreto al oído. Contienda era la palabra elegida para apartar el recuerdo de los ciudadanos los horrores y los muertos». ¿Qué poder tiene el lenguaje para cambiar o reducir los hechos atroces que le suceden a la Humanidad? ¿Qué palabras eufemísticas son para ti, en la actualidad, terribles de oír cuando son pronunciadas por parte de mandatarios o poderes fácticos, por ejemplo?
Los discursos, sean del signo que sean, son impecables. Se nos olvida, con frecuencia,a que confeccionarlos es un arte. El discurso es producto de una mirada, lo que sucede es que, así como estamos acostumbrados a mirar, no somos tan proclives a saber escuchar. Tendemos a escuchar solo lo que queremos oír.
Me irrita el discurso de la segregación, el del triunfalismo vacuo, las amenazas hacia quien disiente, que profieren los mandatarios y los aspirantes a serlo.
– La Resistencia de la novela, que permanece oculta y está formada por personas anónimas, son «gente que lucha contra los vencedores de la contienda, que viven escondidos como ratas y merodean en la oscuridad para atacar a las patrullas, para sembrar el caos» . ¿Verdaderamente, en tu novela se plasma un mundo al revés o es, por el contrario, un mundo demasiado realista?
Más bien diría que es realista. Traté de documentarme, en profundidad, sobre el reclutamiento de los niños soldados en todo el mundo. No es el gobierno en el poder quien los recluta, los gobiernos tienen la capacidad de hacer levas entre la población más preparada, más resistente: primero los hombres jóvenes, fuertes, luego adultos; es la Resistencia quien tiene que resignarse con los ciudadanos que descarta el gobierno oficial: niños, mujeres, ancianos…
– Junto con el espacio, es decir, con lo que se ve, pero se pretende ocultar de la vista, en la narración también son muy importantes los sonidos: «Las vidrieras de las ventanas […] dejan […] escapar los quejidos del insomnio: pasos, peldaños que crujen, ventanas que se abren y se cierran, susurros, pequeños restallidos de la madera y el ruido misterioso que todas las noches suena en lo que fue el despacho del abuelo y los niños llaman ahora el cuarto de las ratas ». ¿En situaciones como las que viven los niños en la obra, todo ruido es susceptible de desencadenar un peligro, un indicio de sospecha, un aviso de algo terrible que puede ocurrir? ¿Qué «ruidos» amenazan a las sociedades, en la actualidad?
En la oscuridad no podemos ver. El oído y el sonido son muy importantes a lo largo de esta historia. Lo más cruel o violento se describe a través de los ruidos y de la representación mental de la escena que hacen los oyentes. El capítulo llamado «Troneras» es un episodio en el que todos los acontecimientos que precipitan el final son auditivos. Hay un sonido en particular, que es esperanzador y que fue el que más me costó describir, por desgarrador, hasta el punto de que estuve a punto de abandonar la novela a unas páginas del final.
En cuanto a los ruidos que amenazan a las sociedades actuales, a riesgo de parecer demagógica, creo que son los discursos.
– «Pese a todo, pese a que ni caras, ni cuerpos, ni gestos son visibles a través de los cristales, su madre y su tía se pegan a las paredes para desnudarse». Si las ventanas que dan al patio de luces donde viven los niños, tienen cristales de colores, ¿cómo son y qué simbolizan las ventanas que dan a las calles?
Esta descripción de las cristaleras en los patios de luces es real. Está basado en la casa en la que vivía mi tía abuela, la que me contó la historia. Estaba en un edificio en el centro de Madrid. Los dormitorios daban a esos patios de luces, eran oscuros y silenciosos. Las estancias principales, en las que se vivían de forma colectiva: el salón, el comedor, el cuarto de estar, daban a la fachada. No debemos olvidar que, antiguamente, se vivía en estas estancias. Los dormitorios solo se utilizaban para dormir, no era práctico mantener toda la vivienda caliente, solo se calentaba la habitación en la que la familia hacía la vida, comía, se reunía, los niños jugaban y hacían los deberes.Las estancias interiores tienen la temperatura más constante en verano e invierno y, como no se vivían en ellas, las ventanas o estaban cerradas o tenían cristaleras de colores para no mostrar la intimidad del interior. Lo de las habitaciones exteriores y con luz es un fenómeno arquitectónico bastante reciente.
– En el espacio opresivo de la obra, en el que todo el mundo quiere pasar desapercibido, al mismo tiempo, lograr la invisibilidad solo indica que ha sido señalado y, por lo tanto, la existencia se vuelve peor aún si cabe: «la ventaja de ser invisible es que no importa si es de día o de noche. Si te desenvuelves en la oscuridad o en la luz. Cuando se es invisible, se es libre y la luz no pone freno a tus deseos ni movimientos. La invisibilidad proporciona la misma libertad que cerrar la puerta de una habitación privada donde es posible bailar, desnudarse sin poder, mirarse al espejo haciendo muecas, fingir ser un orangután». ¿En qué aspectos los ciudadanos nos hemos convertido en invisibles para aquellos que controlan el mundo?
Quienes controlan el mundo se alimentan de la división, del enfrentamiento, ponen la mirada en aquello que justifica su discurso. Cuando tenía que decidir cuál sería el final de Ventanas me paré a pensar, por una noticia que se hizo viral esos días, sobre las consecuencias del confinamiento para la salud mental de niños y adolescentes, en cuánto tiempo hacía que no se hablaba una sola palabra sobre los campos de refugiados que albergaban a niños sirios. No había ni una sola noticia desde hacía meses. Sobre niños soldados hacía más de dos años que no se mencionaba ni una palabra en los medios de comunicación. Somos invisibles cuando nuestra tragedia no es un instrumento útil para el discurso imperante.
– Sin embargo, «al caminar, siente, tras cada óculo, tras cada cristal, ventana, mirilla, respiradero o tragaluz, lo vigilan, que es menos invisible de lo que cree». ¿Es preferible, por lo tanto, ser invisible o bien, tenemos que luchar para seguir siendo muy visibles?
La desgracia de Bruno, Silvina, Pablo, Martina y Mateo es que no se significan por ellos, sino por la detención de sus padres. Los invisibles lo son no porque no merezcan una mirada, sino porque se los ignora de forma deliberada. En un encuentro sobre el libro en un instituto, una alumna me dijo que si no me parecía que había escrito una novela inverosímil, que nadie podría ignorar la tragedia de unos niños. Le conté que habían fingido el secuestro de un niño en una calle concurrida de Nueva York mientras la cámara grababa las reacciones de los transeúntes. Ni uno de ellos levantó la mirada de su móvil para socorrer al niño que gritaba y al que introducían en un coche.Se mira lo que se quiere ver, es difícil luchar para hacerte visible, si quien tienes enfrente no quiere verte porque le implicaría.
– ¿Cómo podrías explicar que «la luz no se enciende por igual para todo el mundo. Hace visibles a unos, y resbala sobre otros sin iluminarlos»?
Una cosa es encender la luz y otra poner el foco. El foco sobre unos es útil, los convierte en faros, en ejemplos a imitar. Poner el foco sobre otros es estéril, remueve conciencias, cuenta la historia de en qué puedes convertirte, aunque hayas formado parte del sistema que te va a dejar caer o que va a propiciar tu caída.
– Bruno «se pregunta […] si en el resto de las casas pueden vivir porque no tienen nada que esconder y ellos guardan secretos inconfesables y lo que les ha sucedido no es sino el justo castigo por haber desobedecido las normas». ¿Por qué no podemos transgredir las normas que nos parecen injustas, así como las normas de lo que nos producen vergüenza, del qué dirán, de la lo que nos exigimos a nosotros mismos, a veces, de forma desproporcionada?
Es difícil salir del sistema que te ha educado en sus principios, porque el propio sistema no fomenta el sentido crítico hacia los principios de su funcionamiento. Cualquier sistema elabora un sistema de recompensas y castigos para blindarse.
– ¿Cómo es posible que «debajo de cada ventana de las estancias oscuras, […] las familias no se reúnen, sino que se desunen?
Porque es imposible vivir sin intimidad, es imposible fingir continuamente la ejemplaridad. El conflicto privado no es ejemplar, de modo que, en un sistema tan distópico como el que se representa en la novela, los desacuerdos deben dirimirse a escondidas.
– Por paradójico que pueda parecer, en la novela es más terrible lo que no se narra o lo que solo se insinúa. ¿Por qué?
Porque lo que no se narra, lo que solo se insinúa, es la representación mental que los personajes se hacen de una situación, lo que los empujan al límite que no se atreven a mirar. Son nuestros propios miedos los que nos motivan y nos conducen en una dirección que nunca habíamos contemplado, como les sucede a estos personajes, sobre todo a Bruno.
– Especialmente, el último capítulo, el titulado «Aspillera», contiene enunciados que nos recuerdan a las greguerías de Ramón Gómez de la Serna, pues el narrador afirma: «Una aspillera es como la mirilla de un fusil» o «Las nubes ocultan la guadaña de la luna creciente». ¿Qué sentidos guardan estas afirmaciones? ¿Notas la influencia de autores clásicos y/o actuales en tu forma de narrar? ¿De quién/es?
Las metáforas del último capítulo son una forma de dar un aliento al lector. No fui consciente de esa resonancia a las greguerías que, como «súperlectoras», han percibido, y ahora que lo ponéis de relieve me parecen tan plausibles.
Soy una lectora voraz. Devoro libros entre un proyecto y otro, pero me guardo mucho de leer a autores que me gustan mientras escribo una novela. Como ya comenté, leo tratados sobre arquitectura, ensayos, novela negra, géneros que no tienen ningún punto de encuentro con mi proyecto. Me gustan infinidad de autores. Es difícil relacionar los que más me interesan porque son muchísimos: Alice Munro, Margaret Atwood, Julian Barnes, Ian McEwan, Sarah Waters, Delphine de Vigan, Annie Ernaux, David Foenkinos… Entre los españoles, Ricardo Menéndez Salmón, Pilar Adón, Jon Bilbao , Emilio Gavilanes. En Literatura Infantil y Juvenil trato de leer cuanto cae en mis manos. Me apasiona Alfredo Gómez Cerdá, los autores partícipes del proyecto Aurora, sin excepción, y tantos otros: Elia Barceló, Beatriz Giménez de Ory, Patricia García Rojo, Begoña Oro… Hay tanta calidad en la Literatura Infantil y Juvenil contemporánea española, que no puedo dejar de abrir un libro tras otro.
– El final nos ha dejado sin palabras. ¿Habrá una continuación de la novela?
Concebí Ventanas como una obra autoconclusiva. ningún proyecto una segunda parte. Para rematar las paradojas que la obra contiene, y que lenguaje tuvo puesto de relieve, a pesar de lo duro que fue escribirla, disfruté mucho con el proceso, con la elección del descarnada, pero, con cada nueva obra, me planteo un nuevo género , un nuevo reto, y, si no se queda una deuda pendiente con un personaje, mi objetivo es abordar un proyecto que me muestre otros panoramas, que me enseñe otras formas de narrar
– ¿Cuáles son tus próximos proyectos literarios?
Acaba de publicarse, en La esfera azul, mi primera novela negra, Dead Boys , una historia para todos los públicos cuyo protagonista forma parte de una banda juvenil y que reconstruye su historia en la hermandad tras caer herido en una reyerta. En marzo de 2023, aparecerá mi primera novela infantil, en la Editorial Anaya, titulada ¿Dónde están las llaves? Los dos proyectos son todo un reto y estoy muy emocionado con su proceso de publicación. Además, para reducir mi impaciencia, ahora mismo estoy proyectando una novela de terror. Era un reto que tenia pendiente.
Estimados lectores , «se supone que las ventanas están para que nos vean. ¿No hay un refrán que dice que si «Dios cierra una puerta abre una ventana»? Asomaos a las ventanas y gritad fuerte, a todo el que pase» que es necesario leer novelas como Ventanas , de Paloma González Rubio, para seguir cuestionando todo lo que nos rodea y, en especial, aquello que quieren hacernos creer…
-Ventanas. Paloma González Rubio. Madrid. Anaya. 144 páginas.