MANUEL CORTÉS BLANCO O EL MAGO DE LOS CUENTOS.

«El tiempo es una tragedia para aquellos que esperan, el peor de los ensayos para quienes tienen prisa, poesía para los que aman, una comedia para quien nunca lo toma en serio… y un cuento para ti».

Médico, por vocación; escritor, por pasión; cuentacuentos, por necesidad, Manuel Cortés se define como «un mago de las palabras». Perteneciente a una familia de narradores, encabezada por su abuelo Ildefonso, un marinero malagueño, que renunció por amor al mar, al sol ya las coplas, aunque nunca dejó de escribir, de cantar y de contar, la primera obra de este epidemiólogo aragonés, afincado en León, El amor azul marino , Premio Literario Amares en 2005, marcó el camino de sus relatos, por la senda de los sentimientos más íntimos. La tinta, enamorada de su prosa, ha conversado con este humanista entusiasta, cercano y humilde.

Escribir, como ha indicado en varias ocasiones, es un homenaje a la memoria de tus padres. ¿Crees que la Literatura nos salva o su poder tan solo nos permite llenar nuestros vacíos?

En efecto, comencé a escribir tras el adiós de mis padres, en un accidente de tráfico. Quizás era una forma de canalizar mi duelo o de llenar esos huecos que entonces sentí. En cualquiera de los casos, la Literatura fue mi válvula de escape. Descubrí su poder humanizador, lo emotivo que resulta viajar a través de ella, desconectar de la realidad o, simplemente, poner tus problemas en la voz de tus personajes, para así abordarlos mejor. Estoy convencido de que la Literatura no solo nos salva, sino que permite, a su vez, llenar muchos vacíos. Su capacidad sanadora resulta sorprendente.

– Tu segunda obra, Cartas para un país sin magia. Una vuelta al mundo en 21 relatos de un viajero aprendiz de mago, es una maravillosa reflexion sobre los viajes que ha llevado a cabo en tu vida, por practicamente los cinco continentes, bordados con los hilos de una historia muy personal. A modo de las misivas de un prestidigitador, en este cuaderno de bitácora nos relatas tu experiencia en África, las charlas con un niño soldado en Benin, el nacimiento de Lida en un hospital de Kabul… Aspectos tan terribles, como entrañables, de un ayer y un hoy, que podrian ser los de cualquiera de nosotros. ¿Cómo se combina la nostalgia por el pasado con la esperanza, siempre presente en tus relatos, por el mañana?

Nuestro pasado somos también nosotros; indudablemente, sin él no seríamos lo que somos. Me gusta recordar, en especial, ese período de vida que considera tan importante para la formación de una persona: su infancia. Por suerte, la mía fue muy feliz. En el pueblo, cerquita de la Naturaleza, con nuestra familia, junto a muchos amigos… A menudo la busco entre mis recuerdos y sigo encontrando refugio en ella. Eso sí, todo en su justa medida: un exceso de pasado podría llevarnos a la depresión.

En cuanto al futuro, a pesar de algunas circunstancias, hemos de verlo con esperanza; esa virtud que -como describiera uno de mis personajes- no es nunca lo último que se pierde, sino lo primero que se encuentra. Sin duda afrontaría ese mañana desde una perspectiva positiva que influyó favorablemente sobre él. Aunque esto también deba ser en su justa medida: un exceso de futuro podría llevarnos a la ansiedad.

En mi caso, la Literatura constituye ese marco en el que combino ambos de manera equilibrada, aprendiendo de nuestro ayer para afrontar mejor nuestro mañana.

– En 2008, se publicó Mi planeta de chocolate, Finalista en el II Premio Internacional Vivendia, compuesto de siete relatos emotivos, convertidos en novela, que dedicaste a Transi, tu mujer. Una historia dulce, pese a la tragedia, con la que nos recuerda que, gracias a los cuentos, la cotidianidad puede ser un poco mejor. ¿Deberíamos pensar, más a menudo, que la vida, si queremos, sabe un chocolate?

El chocolate constituye una metáfora de la vida: tan dulce y amargo a la vez… En el inventario de mis recuerdos hay muchos teñidos de su sabor. Aunque en cada vida haya momentos mejores y peores, considero que, en su conjunto, merece la pena degustarla. Todo ello sin olvidar que habitamos el único planeta del universo que tiene chocolate.

– ¿La historia del protagonista, Benito Expósito, es un reconocimiento a todos aquellos niños huérfanos, hijos de republicanos, que debieron abandonar España durante la Guerra Civil?

Mi planeta de chocolate es, ante todo, un tributo a esa infancia que no entiende de conflictos, a esa inocencia que no sabe desencuentros. Benito Expósito Expósito, su pequeño protagonista, sufre, a pesar de su corta edad, el abandono, la guerra y el exilio, como lo sufrieron tantos otros niños, con el agravante de que muchos no podrán regresar. Por supuesto, también es un reconocimiento para ellos, máximo, cuando en mi experiencia profesional como médico en zona de conflicto, sufrió en primera persona la vulnerabilidad de la infancia y los estragos de esas tres barbaridades.

Siete paraguas al sol, del año 2012, ganadora del VII Premio Nacional de Novela Ciudad Ducal de Loeches, manifiesta «tu obsesión» por el número siete: siete hermanas, siete ciudades, siete relatos poliédricos y otros tantos que acabarán convirtiéndose en el nuestro. Un recorrido por las galerías del alma, en el que haces tuya la máxima: «que llueva no depende de ti; que lleves paraguas, sí». ¿Somos conscientes de que nuestra verdadera suerte no está en lo que nos sucede, sino en cómo lo afrontamos?

Como escritor, soy un adicto del número siete y, de hecho, relaciono demasiadas cosas con él. El número de relatos o capítulos de mis libros suelen ser múltiples de ese número. Y es que, casual o causalmente, al sumar los dígitos de las fechas del primer galardón literario que conseguí (Premio Amares, un 14/11/2005) y la del último (Premio Liliput de Narrativa Joven, un 27/10/2020) dan también otros múltiples suyos. Perder; ¡es solo una licencia que me permite y que, a su vez, me permite sonreír! Y es que, como demostraremos las hermanas protagonistas de Siete paraguas al sol , en función de cómo afrontemos cuanto nos sucede, así serán nuestros resultados. Ellas, siete, no son optimistas (todo va a salir bien); ante todo, son positivos (salga como salga, extraigamos de ello, lo mejor).

– En Nanas para un Principito, publicado en 2014, nos ofrece veintiún relatos, que se inician con una hermosa frase de El Principito, de Antoine de Saint-Exupéry, para, a su vez, dar paso al relato de la vida del pequeño Manuel . Maravillosamente ilustrado por Raquel Ordóñez Lanza, ¿estas nanas son cuentos para dormir a los más pequeños y despertar a los mayores?

Nanas para un Principito describe las vivencias existenciales de los tres primeros años de mi hijo Manuel, desde el día de su nacimiento hasta aquel otro en que conoció el mar, y que, obviamente, no puede recordar. Junto a ellas van los cuentos que cada noche yo le contaba, si bien, obviamente, no me entendía. Sé que, durante su narración, al tomarle la manita o con el mero tono de mi voz, ya le estaba transmitiendo cosas o valores que, aunque se durmiera, de mayor le harían reflexionar.

Sin duda, los cuentos carecen de edad. Son de todos y para todos. Solo es una cuestión de darles una oportunidad. Y sí: las ilustraciones de Raquel Ordoñez Lanza para este libro son sencillamente maravillosas.

Catorce lunas llenas, Primer Premio en el año 2016 del XXXVIII Certamen Literario Carta Puebla, es un cuento de cuentos dedicado a tu hija Amalia, que llegó a tu vida con la luna creciente de fondo. De la misma manera que tu abuelo imaginó un cohete de madera para viajar a la Luna… ¿Estas catorce lunas duermen y viven con nosotros en el «Origen de los sueños»?

En cierta manera, sí. Aquellas noches de verano en el pueblo de mis abuelos estaban llenos de cuentos, de juegos, de chiquillos… Y por supuesto, de Lunas. Nos encantaba escuchar relatos bajo su luz. Posteriormente, en esos viajes que la vida me ha propuesto, descubrió que existen muchas historias sobre ella en cada cultura; algunas muy incluso similares, a pesar de su distancia. A sabiendas de su influencia sobre los seres vivos, incluidos por supuesto los humanos, esto resulta normal. Y dado que suelo escribir de noche y puede verso desde nuestra ventana, la Luna se convirtió, también desde el principio, en una fuente de inspiración.

– Si la «felicidad es un estado de ánimo que solo se alcanza cuando no tenemos miedos», ¿cómo es para Manuel Cortés El amor en los tiempos del Mindfulness?

El amor es un sentimiento tan complejo como variado (sea de pareja, paterno o filial, entre otros), pero que, en todo caso, resulta maravilloso. El problema es que, a menudo, lo encorsetamos, a base de temores, muchas veces irracionales, a perderlo o a no alcanzarlo, a no ejercerlo como esperan de nosotros, a querer demasiado o no ser correspondido… Cierto personaje de uno de mis cuentos asegura que lo contrario al amor no es el odio, sino nuestros miedos. Otro tanto podría aplicar a la felicidad.

En cuanto a la obra en sí, El amor en los tiempos del Mindfulness constituye un canto a las personas sencillas que, tomando su tiempo, en calma y desde el presente, son capaces de hacer cosas extraordinarias. Miguel Ramón, su protagonista -persona real y personaje en mi ficción-, es un ejemplo de ello.

Catorce lunas menguantes. Cuentos en modo Verde para salvar un planeta Azul, distinguida en 2020 con el II Premio Liliput de Narrativa Joven, es una obra para sentir y pensar, comprometida con la defensa del medioambiente, en la que, a través de cuentos y vivencias personales, abordas catorce desastres ecológicos de los que deberíamos haber aprendido alguna lección. ¿Somos realmente conscientes de las graves consecuencias que estamos produciendo a nuestro planeta?

Rotundamente, no. A pesar de las buenas intenciones y de que todos sabemos que no existe otro planeta de repuesto, estamos maltratando la Tierra. Ante el menor conflicto entre ella y nuestro ego, le damos la razón a nuestro ego. De hecho, soy también de los que piensa que, de todas las especies que la habitan, solo hay una capaz de poner en peligro la supervivencia de las demás: la humana.

Catorce lunas menguantes trata de sensibilizar a los niños ya la población, en general, a través del cuento, con vivencias personales, de dicha realidad. Estoy convencida de que la única esperanza que nos queda se asienta en su educación.

– En este sentido, ¿cómo podemos transmitir a nuestros jóvenes, desde las aulas, que solo respetando la Tierra estaremos invirtiendo en propio futuro?

Insistiéndoles en ello, explicándoles los beneficios de la llamada educación verde –desde el tratamiento adecuado de los deshechos a su reciclaje-, llevándoles a espacios urbanos o naturales para que constaten la «basuraleza» que generamos, implicándoles en campañas de limpieza, procurando que tengan más conexión con la Naturaleza que con su wifi, que aprendan a quererla, para que la acaben cuidando… Y hacerlo con nuestro ejemplo.

Desde tu condición de atleta y defensor de la Naturaleza, hace tiempo que vienes ejerciendo por la ribera del Bernesga, las veredas de Toral de los Guzmanes y otros espacios protegidos una nueva modalidad deportiva. Y así te autoproclamas como uno de los 20.000 « ploggers», que corren en el mundo para procurar un planeta mejor. Háblanos de esta experiencia e iniciativa.

Así es. Aun cuando no me gusten demasiado los anglicismos, me considero un plogger en toda la extensión de la palabra: una de esas personas que aprovecha sus salidas regulares al campo para, a la vez que hacer, retirar los residuos que pueda encontrar en él. Además de un acto ecológico, es también una actividad sana, pues se practica ejercicio –mucho más del que en principio podría parecer- y se disfruta de un ambiente natural.

Antes lo hacía en grupo con los integrantes de la Asociación Educamor, a la que pertenecía, acompañado por niños. En los tiempos de pandemia, acostumbraba a hacerlo solo, con algún amigo o incluso acompañado de mi hijo mayor.

– En 2021 recibió una Mención especial en el XI Premio Internacional de Literatura Palindrómica REVER. ¿Componer palíndromos es otra forma de crear ilusión con las letras?

Me lo paso genial, componiéndolos. Además de un ejercicio mental impresionante, constituye otra forma de diversión. Crear frases capicúas, que se pueden leer igual de izquierda a derecha que a la inversa, constituye una actividad creativa que se podría explotar más, sin duda. De ahí que me satisfaga tanto que haya docentes que la lleven al aula, con el añadido de que suele ser muy bien recibido por el alumnado.

– Los derechos de autor de todos tus libros se destinan a organizaciones solidarias, relacionados con la infancia. ¿Consideras que la Literatura nos ayuda a sensibilizar a la sociedad sobre la situación de vulnerabilidad por la que atraviesan millas de niños en el mundo?

Debería ser uno de sus objetivos. Al menos, eso es algo que pretendo a través de mis cuentos. Con todo lo que me da la Literatura a modo de vivencias, me siento sobradamente pagado. De ahí que, lo que pueda proporcionarme un nivel tangible entre derechos de autor y demás, estamos a donarlo a esos oenegés. Empecé con Aldeas Infantiles SOS, cuyo trabajo encomiable conocí personalmente en sus casas-escuelas, si bien últimamente hemos ido diversificando.

– Fiel a esa tradición que cultiva desde hace años, cada Noche de Reyes escribe un nuevo cuento, que conecta con la ilusión del niño que somos. ¿Los cuentos tienen dueño o son, simplemente, de quien los necesita?

En efecto, las noches del cinco de enero durante mi infancia fueron cargadas de emoción. Para muchos de nosotros, era la más hermosa del año. A modo de tributo, en esas horas mágicas, recurro a escribir algún cuento. Así viene siendo desde que empecé en esta aventura literaria.

En cuanto a vuestra pregunta, y parafraseando al genial Pablo Neruda, respondé que los cuentos no son de quienes los cuentan, sino de aquel a quien le llegan… Y haciendo lo mismo con el maestro Jorge Bucay, esos cuentos ayudan a dormir a los niños , pero, sobre todo, invitan a permanecer despiertos a los adultos. En cualquiera de los casos, como aprendí a decir en aquel viaje por la antigua Persia –considerada históricamente la cuna de los relatos-, MOATE SHA KERAM… ¡Nos seguiremos contando!

Manuel Cortés escribe para compartir recuerdos, anhelos e ilusiones y «para querer más a sus amigos», que es como acaban siendo sus lectores. Quizás, porque hace tiempo que hizo suya una frase del novelista norteamericano Joseph Heller: «He llegado por fin a lo que quería ser de mayor: un niño», Manuel nos recuerda que «los niños lo decimos todo con una sola mirada», con una sola palabra, diríamos nosotras. Soñemos, estimados lectores, con las palabras mágicas, dejemos volar nuestra imaginación, para que esos sueños se armonicen en deseos y nos ayuden a seguir contando…

– El amor azul marino. Manuel Cortés Blanco. Editorial Amarés. 2005. 191 páginas.

– Cartas para un país sin magia. Manuel Cortés Blanco. Ediciones Irreverentes. Madrid. 2007. 248 páginas.

– Mi planeta de chocolate. Manuel Cortés Blanco. Ediciones Irreverentes. Madrid. 2008. 192 páginas.

– Siete paraguas al sol. Manuel Cortés Blanco. Ediciones Irreverentes. Madrid. 2012. 284 páginas.

-Nanas para un Principito. Manuel Cortés Blanco. Editorial MAR. Madrid. 2014. 174 páginas.

-Catorce lunas llenas. Manuel Cortés Blanco. Editado por Artes Gráficas Hnos. Lozano. 2016. 140 páginas.

– El amor en los tiempos del Mindfulness. Manuel Cortés Blanco. Universidad Popular de Miguelturra. 2019. 104 páginas.

– Catorce lunas menguantes. Cuentos en modo Verde para salvar un planeta Azul. Manuel Cortés Blanco. Editorial MAR. Madrid. 2020. 154 páginas.

http://manuelcortesblanco.blogspot.com/

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