SUEÑOS ROTOS EN ÚLTIMA ESTACIÓN.
«Desde que era niño, cuando vivía cerca de la vía férrea de la compañía Boston &Maine, raras veces oí el paso de un tren sin sentir deseos de montar en él. Esos silbidos parecen cantos embrujados: los ferrocarriles son bazares irresistibles, que serpentean perfectamente nivelados por las desigualdades de cualquier paisaje, mejorando tu estado de ánimo con la velocidad y sin volcar nunca tu bebida». Así comienza El gran bazar del ferrocarril, de Paul Theroux, un libro escrito en 1975, que deberíamos leer o releer todos los septiembres de nuestra vida para recordarnos nuestro viaje a Ítaca, a ese camino que conformamos más allá del destino.
Como escribió Marcel Proust, −para quien la guía de ferrocarriles era la más embriagante novela de amor−, «el verdadero viaje de descubrimiento no consiste en buscar nuevos paisajes, sino en mirar con nuevos ojos» y, con esa mirada de fascinación que suscitan las criaturas de vapor y misterio, nos adentramos esta semana en el universo literario de Yolanda de la Puente quien, tras dos años de intensa labor de documentación, recrea en su novela Última estación (2021) el accidente ferroviario más grave ocurrido, hasta la fecha, en la historia de nuestro país.
Hoy sabemos que el domingo, 2 de enero de 1944, el tren correo-expreso nº 421 había salido de la Estación del Norte de Madrid a las 20:30 horas. «La tarde era fría, un frío de Navidad y despedidas, la estación estaba abarrotada de gente, de maletas, de bolsas de ropas, de pobreza, de niños y soldados, de besos y de abrazos, de ventanillas de tren llenas de caras», tal y como se describe en «El Túnel nº 20», de Ramón de la Fontecha, ganador del Premio Goya al mejor documental, en 2002. Y así, se pone en marcha, con sus dos locomotoras de vapor (una «Americana», otra «Mastodonte») y sus doce vagones, con cientos de viajeros de todas las edades y procedencias. A las 07:45 horas del 3 de enero, el tren correo entra en la estación de León con una hora y diez minutos de retraso. La primera de las locomotoras tiene problemas en el sistema de frenado, pero el jefe de la Circunscripción de Tracción de León ordena que siga adelante con el viaje para no añadir más retraso. Cuando llega a Astorga, pasado el mediodía, inicia el descenso que le llevará a entrar al Bierzo por el puerto de Manzanal, donde está la rampa de Brañuelas y el túnel del lazo, dos de los grandes hitos de la ingeniería ferroviaria del siglo XIX. Los problemas mecánicos se agudizan y los maquinistas deciden dejar una sola locomotora en La Granja que, incapaz de contener la velocidad que alcanza el convoy en esa cuesta, ya no puede realizar la parada de Albares. El tren desciende sin control, intentando frenar por todos los medios y alarmando incesantemente, con su silbido. Pasan diez minutos de la una del mediodía cuando el tren entra desbocado en la estación de Torre del Bierzo y se dirige inevitablemente hacia el túnel número 20. En su interior hay otro convoy, una máquina con una plataforma y varios vagones de carbón, que están llevando a cabo una maniobra. Advertidos del problema, tratan de abandonar el túnel en sentido contrario, pero no les da tiempo y son despedidos varios metros en el choque. Ese es el comienzo de la tragedia. En vista del retraso que acumula el tren correo, en la estación de Bembibre se autoriza el acceso a un tren de mercancías formado por 27 vagones cargados con 900 toneladas de carbón, remolcados por la máquina «Santa Fe». Tras cruzar el túnel 21, el maquinista y el fogonero del convoy, que se halla de maniobras dentro del túnel, salen al encuentro del mercancías para tratar, sin éxito, de detener la marcha. En el interior del túnel, las llamas originan una trampa infernal, impidiendo el rescate de los cuerpos que habían quedado atrapados en los vagones. En este sentido, el historiador Vicente Fernández Vázquez en su libro, La verdad sobre el accidente ferroviario de Torre del Bierzo (1944), nos desvela que, tras años recopilando información, el incidente producido en el desaparecido túnel 20 de la línea Palencia-A Coruña, se saldó con 211 víctimas: 100 muertos y 111 heridos, siendo la velocidad a la que circulaba el convoy cuando impactó contra el túnel, de «entre 30 y 40 kilómetros por hora».
Ambientada la narración, por tanto, en ese tren español de los años cuarenta, escenario perfecto en blanco y negro, que permite a la autora leonesa reflejar las clases sociales de la época, como si se tratara de un pequeño microcosmos, las páginas de la segunda novela de Yolanda de la Puente describen las ilusiones y las frustraciones de los protagonistas, cuyas vidas quedarán para siempre determinadas por el fatídico acontecimiento. Ante la ventanilla de Última estación desfilan dos mundos antagónicos, representados por María Encina e Ignacio Quirós, que confluyen en el Madrid de la postguerra, con el deseo de recordar nuestro pasado y «no tener que volver a morir».
«¿Cómo no iba a pesar la maleta? En ella viajaban cientos de almas marcadas por un mismo destino: el olvido. Se había propuesto ser la voz de aquellos infelices; en cierto modo se sentía como si los estuviera despertando de un largo sueño».
Una voz a la que también se suma la palabra de Vicente Fernández, en este particular homenaje a nuestra historia más reciente, al recuperar no solo una parte de nuestra memoria colectiva, sino también las actitudes de quienes presenciaron el accidente: «algunas dignas de admiración, otras de desprecio». Entre los primeros se encuentra Benito de Santoña, quien, a riesgo de morir, colaboró en todo lo que pudo; Pablo Joaquín González, un administrativo que ayudó «a sacar a una mujer con dos niñas y a retirar dieciséis cadáveres», o al marinero Irureta Zapater, que contribuyó «a sacar del túnel a una treintena de muertos y heridos graves hasta que se lo impidió el fuego y el humo». Otros se dedicaron a desvalijar los cadáveres y despojarlos de dinero y joyas. Resulta especialmente emocionante el capítulo «Sueños rotos, vidas truncadas», en el que se relata, entre otras, la historia de «un muchacho al que le dan el alta después de pasar tiempo enfermo de tuberculosis mientras hacía la mili. Tenían que firmarle el permiso para irse a su casa, con su familia, a Toral de los Vados, el día tres de enero y se lo firmaron el día dos para que pudiese viajar el día tres a primera hora, y por ganar un día perdió la vida».
El accidente, ocurrido en un ambiente posbélico, se debió a un cúmulo de circunstancias directas e indirectas, a las que se sumaron al mal funcionamiento de los frenos y al grave deterioro de la red ferroviaria, tal y como ha demostrado Vicente Fernández. No obstante, en la novela, el coronel Briz jugará un papel decisivo, al atribuir las causas de la tragedia al sabotaje de la guerrilla antifranquista leonesa, recurso con el que la autora pretende dar a conocer el interés que hubo en desviar la atención sobre este aspecto y jugar, de este modo, con la imaginación del lector.
La censura, aunque no se produjo durante los primeros días, sí se dio posteriormente, debido a que el ferrocarril era un medio de transporte estratégico y el Gobierno quiso ocultar que, en aquellos años, acumulaba una elevada tasa de accidentes; en la actualidad, se estima que, de los 11.000 siniestros ferroviarios anuales, aproximadamente 2.794 eran graves o muy graves.
Como nos recuerda uno de los personajes de Última estación : «No sé hacia dónde nos llevará este viaje que comenzamos hoy. Aunque ahora te cueste creerlo, justamente, el misterio de la vida es lo que nos mantiene vivos. Pero no quiero hablarte de dudas, sino de certezas. Te escribo para pedirte perdón, debes intentar perdonarme, porque sin perdón no hay esperanza… Algunas incógnitas solo podrán ser resueltas con el transcurrir de los años. Con el tiempo aprenderás que no todo es blanco y negro, también existe el gris». Ojalá que su lectura sirva de gratitud infinita a tantas vidas, dedicadas al ferrocarril, y a tantas vías…
– El gran bazar del ferrocarril. Paul Théroux. Madrid. Alfaguara. 2018. 440 páginas.
– En busca del tiempo perdido. Marcel Proust. Madrid. Alianza Editorial. 2016. 2744 páginas.
– Última estación. Yolanda de la Puente. Editorial Quaestio. 2021. 295 páginas.
– Documental de Ramón de la Fontecha: https://youtu.be/48g1fORrfZg.
– La verdad sobre el accidente ferroviario de Torre del Bierzo (1944). Vicente Fernández Vázquez. IEB. 2019. 621 páginas.