«Sé que las pequeñas venganzas no sirven, he de pensar en algo que le haga daño de verdad, algo de lo que le cueste salir, porque, cuando sale, lo hace con más fuerza y ​​​​saña. He de planear golpes y no venganzas».

Sara Morante es una ilustradora cántabra, ganadora del Premio Nacional de Arte Joven del Gobierno de Cantabria, en 2008, en la categoría de Ilustración y del Premio Euskadi de Ilustración, en 2012, por su trabajo en La flor roja . Ha ilustrado novelas, cuentos, poemarios y ensayos de Virginia Woolf, Sylvia Plath, Lewis Carroll, Edgar Allan Poe, César Vallejo, Emily Brontë, Miguel Hernández, Mark Twain, Jane Austen, Benito Pérez Galdós, Patricia Esteban Erlés, Hans Christian Andersen y Raúl Vacas, entre otros. Como autora, ha escrito e ilustrado La vida de las paredes (2015) y Flor fané (2021).

Flor Fané son dos palabras que se complementan y contradicen, como Olga, la niña protagonista de la obra. Dice Sara Morante que el título «tiene dos caras, el de una flor y su desarrollo natural, pero luego Fané, que es una palabra que me gusta mucho y viene del francés, pero en español es una palabra muy coloquial, muy de calle y popular, es quizás más de nuestras abuelas que de nuestra generación y significa “estoy fatal, destruido”».

Como recoge al principio de la obra, según la Tercera Ley de Newton, «a toda acción le corresponde una reacción igual, pero en sentido contrario». ¿Qué reacciones pueden darse en el entorno en el que vive Olga, la protagonista que, desde niña, vive en un «encierro» permanente, en una casa que la propia «gente del pueblo conoce […] como la Madriguera»?

La tercera ley de Newton recoge, en cierta manera, una especie de subtítulo de Flor Fané : ejerce tu fuerza, que te tirará al suelo. Ejerce tu fuerza, que yo la romperé, a través de la fuerza, del odio, de la imaginación. Ese enunciado es la esencia de Flor fané .

Los ruidos de las casas también pueden ser presagios de lo funesto que se esconden tras sus paredes. Sin duda, Olga los conoce todos: «Conozco el sonido de todas las puertas de mi casa dependiendo de quién las abra e incluso, por su sonido, sé si he de ponerme a resguardo o no. […] La puerta de mi dormitorio, cuando se abre, no produce sonido alguno, se hace el silencio, salvo por el pulso del corazón en mis oídos, no puedo oír nada más, porque ese sonido me produce un terror sordo, ciego. Ya está aquí, es lo poco que alcanzo a pensar. Luego mi cerebro se concentra en encajar el ataque». ¿Los espacios habitados, con sus particulares ruidos, son también protagonistas en esta obra?

Los espacios familiares en los que sucede la violencia son una celda: es el escenario donde sucede el horror, porque la violencia se ejerce en privado; los maltratadores guardan las formas casi siempre y aparecen, a ojos de los demás, como personas muy diferentes a cómo se comportan en casa.

La referencia a los sonidos de las puertas me recuerda al comportamiento de los animales de presa. Por poner un ejemplo: un roedor está permanentemente alerta a cualquier sonido u olor, porque el búho, el gato, la serpiente están siempre al acecho, y viven con este instinto de supervivencia a flor de piel cada día de su vida. Olga aprende a interpretar cada señal para poder ponerse a salvo. Es un aprendizaje que no debería darse cuenta a ninguna edad, pero crecer con ello es especialmente cruel y duro y, además, mina la capacidad de confiar en las personas para el resto de su vida.

– ¿Qué tipo de «poderes» logra Olga, gracias a su desbordante imaginación? ¿Va perdiendo esta imaginación, conforme se va haciendo adolescente, o jamás la abandona?

Olga crece con la violencia que su padre ejerce sobre su madre y sobre ella misma, pero, gracias a su capacidad de observación ya su lucidez, percibe que lo que sucede en su casa no es lo que sucede en las casas de sus amigas. Esa es la referencia externa que le permite nombrar la violencia como algo anormal. Siente ira. Esa ira le arde por dentro, le frustra.

Por otro lado, su imaginación le permite construir un universo simbólico a través de sus dibujos; en ese «lugar seguro» da rienda suelta a su ira, a su rabia, y esa forma de violencia de ficción es curativa. Ese es su poder. La imaginación nunca la abandona, simplemente, cambia el uso que hace de ella, en función de sus necesidades y de los cambios que se van produciendo en su vida.

¿Por qué Olga esconde sus juguetes en las grietas de la casa donde vive y por qué teme que estos desaparezcan?

Una de las técnicas del maltrato en el hogar es despojar de toda posesión material a la víctima, aquello que le da seguridad, como los juguetes, por ejemplo. Olga protege sus juguetes más queridos, y así, inconscientemente, se protege a sí misma. Que los esconda en la parte externa del lugar donde sucede el horror también tiene una carga simbólica.

– «No le digas a tu padre que hemos visto una hormiga en la cocina. Ya sabes cómo es» −le dice su madre a Olga. ¿Por qué hay cosas que es mejor silenciar, a pesar de que no se corresponden callar?

Para no provocar al monstruo. Los roedores corren por las esquinas, nunca por la llanura, donde estarían expuestos ya merced de la serpiente. Y el estigma, otra vez. ¿Cómo poner palabras y nombres cuando se está tan dentro de ello? Y con una persona que ya es una merced del maltratador, que es su víctima, pero también su cómplice.

– Olga y sus amigas, Elsa y Silvia, tienen nombres propios. También los tienen María, la hija del jefe del padre de Olga, el hermano de aquella, César, y sus primos: Eva, Natalia y Nacho. Los adultos de la obra, sin embargo, no tienen nombres propios y los conocemos, por ejemplo, simplemente, como los padres y la abuela de Olga. ¿Por qué?

En la obra se presentarán dos estatus diferentes: los niños, por un lado, y los adultos, por el otro. Hay un abismo en la comunicación entre ellos, al menos, desde la posición en la que está Olga. Solo un par de adultos hablan a los niños a su misma altura. De alguna manera, la protagonista desconfía del resto. Esa falta de confianza es uno de los efectos que tiene la violencia ejercida por un adulto en casa ejercida. Esta distancia se representa con la ausencia de nombre propio de los adultos, que se encuentran jerárquicamente en un nivel superior.

María es, en apariencia, una niña inocente, que conoce a Olga, en la fiesta de su Primera Comunión. Esta la califica como una «serpiente de coral», una «reina blanca» despiadada, «la reina pus, la reina nieve», que obliga a sus secuaces a meterle una babosa en la boca a su primo Nacho. ¿Es María el paradigma de un ser maligno y maltratador en proceso de serlo aún más en su edad adulta? ¿Cómo remediarlo?

En el caso del personaje de María no me interesan tanto las razones de esa crueldad y sadismo, ni los remedios, sino el efecto que causan en la gente que las sufre. Olga identifica esa crueldad y la relaciona con la de su padre, por lo tanto, es un personaje necesario. Existen muchos casos de violencia ejercida por los niños. En ocasiones, son un reflejo de lo que viven en su propia casa oa su alrededor. Es habitual que se repita ese modelo cuando la violencia está normalizada. Olga, por ejemplo, llega a ejercer violencia porque lo que está aprendiendo en su casa es que la frustración y la ira se expresan haciendo daño psicológico y físico a los demás. El remedio está ahí: en «desnormalizar» la violencia.

«Mi padre agarra con fuerza mis manos. Tal vez esto sea lo mejor de las tormentas y del terror que me produce la electricidad, el consuelo que me da mi padre. Me siento segura y privilegiada por su atención» −confiesa Olga, viviendo momentos felices al lado de su progenitor. No obstante, también afirma lo siguiente: «Me da con la revista en la cara y me zarandea. Luego me lanza sobre la cama». Ello provoca que Olga diga, con rotundidad lo siguiente: «todos los padres me caen mal, sospecho que son todos como el mío y ese es el papel de los padres: caer mal, gritar, dar miedo». ¿Cómo es posible albergar sentimientos positivos y negativos por alguien que te da su protección, pero, a la vez, se percibe como una terrible amenaza?

El apego de los hijos a los padres es tan fuerte que ni siquiera la violencia lo rompe facilmente. Eso es lo perverso, que quien hoy te da una paliza, mañana te lleva a botar un barquito que hemos construido juntos. También representa, sin tratar de analizar las causas, el carácter errático de los maltratadores.

¿Qué es o por qué se caracteriza «el amor del no» que la abuela le da a Olga y con el que esta se siente a salvo?

En Flor Fané hay un «microestado» autoritario: el padre ejerce su autoridad de forma despótica. La abuela representa otra forma de autoridad, pero sin violencia: en sus noes hay amor, porque hay una razón para ese no que no pasa por imponer su voluntad, sino que, al negarle algo, está velando por el bienestar de la niña. Olga los recibe como cualquier niño en una situación familiar normal los puede recibir. Este personaje, el de la abuela, es otra referencia externa que ayuda a Olga a comprender que lo que sucede en su casa no es normal, que hay otras formas de vivir sin miedo y sin violencia.

– «Parecemos una naturaleza muerta, una familia del siglo XIX que posa y no mueve ni un músculo por miedo a salir distorsionada en la fotografía. Mi padre reanudó la comida y ya por fin mi madre mastica la bola que tenía en la boca. […] Mastico y trago, pero ya no me apetece comer lo que hay en el plato, porque tengo una bola de odio en la boca del estómago». ¿Cómo salir de la parálisis que provoca la violencia de género?

Lo que plantea Flor Fané para escapar de la violencia de género es que lo más difícil es reconocer que eso que está sucediendo es violencia, dejar de normalizar la situación. Para ello, hay que crecer con esas referencias de fuera y comparar. Lo segundo es aprender a odiar a esa persona que ejerce la violencia, y esto es igual de difícil que lo primero: poner nombre, romper el apego y escapar.

– En España, el partido de ultraderecha VOX es partidario de hablar de «violencia intrafamiliar», en lugar de «violencia de género». ¿Resulta peligroso que normalicemos lo que las instituciones nos quieren «vender», como tipos de violencia sinónimas, cuando, como sabemos, no lo son?

En Flor Fané el padre ejerce violencia machista sobre la madre. Además, anula su identidad y autoridad. Precisamente, lo que hace difícil salir de la violencia de un progenitor es la idea de que es algo que, al suceder en un entorno íntimo, es algo privado, o que la crianza de los hijos es algo que compite a los padres y no se debe intervenir. Olga da numerosas muestras de estar en una situación de desarme y de violencia, pero los adultos a su alrededor, fuera del ámbito familiar, o no prestan atención o deciden no intervenir «porque es algo privado», y se llega a tratar con desdén porque lo considerando un «hecho aislado». Así se normaliza la violencia, así se encierra detrás de la puerta del hogar.Es importante señalar que también hay madres maltratadora, aunque no es el caso que se cuenta en Flor Fané .

– Puesto que todo lo que rodea a Olga mantiene la presencia de su padre, especialmente, su despacho, el espacio exclusivo del progenitor, se muestra vetado para ella, de hecho, es un lugar del que le intimidan la estantería, los libros, el escritorio, la lámpara, la silla, los planos y, especialmente, la alfombra persa. Conforme avanza el libro y Olga inicia el proceso de la adolescencia, se rebela contra aquello que para su padre tiene importancia: «Vuelvo al escritorio, aparte su silla, me pongo en cuclillas y espero a que la orina caiga en la alfombra. Solo un poco. Cuando termino me subo las bragas y devuelvo la silla a su sitio». ¿Es una simple «travesura» o implica un acto de rebelión y de odio hacia su padre, por todo aquello que le está haciendo vivir?

Es un acto de rebelión que requiere mucha valentía. Es uno de los primeros gestos que Olga tiene para materializar el odio y la ira que siente. Ese gesto alberga, además, algo animal: marcar el territorio que pertenece al otro. Aquí comienza el pulso entre ellos. Así le declara la guerra a su padre.

– Cuando su padre está «inusualmente contento» y la madre «lo mira sorprendida, complacida», Olga, en cambio, decide, al volver de comprar el pan, restregar su alpargata sucia, por haber pisado heces de perro, «sobre la alfombra color azul-muérete», en la que su padre y su madre «se visten y desvisten cada mañana y cada noche, descalzos. Solo un poco: lo justo para traspasar algo de esta peste». Esta es su reacción a la alegría de su padre. Luego, vuelve a su habitación, a la que denomina celda, y cierra la puerta, confesando: «Respiro hondo, sonrío y me recreo imaginando. No es fácil para mí distinguir entre la rabia y la felicidad; ambas tienen la misma forma de arder en el estómago».¿Puede alguien vivir de la rabia, para aguantar los envites de las injusticias y/o violencia que la rodea?

La rabia y el odio son sentimientos naturales, inherentes al ser humano. Últimamente percibo cierto rechazo a estos sentimientos, por necesarios negativos, sin embargo, para despojarse de relaciones nefastas, uno de los primeros pasos es ese odio. En el contexto de Olga, es fundamental que aprenda a odiar a quien le hace daño. En el resto de los contextos, no se me ocurre nada más antinatural que no sentir odio alguna vez, especialmente, si es una respuesta a injusticias o violencias cometidas.

– Olga tampoco siente piedad por una madre ausente: «Ojalá le dé tos, digo en voz alta y ronca, así sabrá que está viva». Para ella, su madre es «una ventana a la nada, un calendario de adviento que abre y no solo no hay chocolate, sino que es un compartimento estanco […]. Una máscara con dos ojos ciegos, sin detrás». ¿Por qué su madre no se rebela contra el padre de su hija y por qué esta también la ve, en cierta manera, como una enemiga o, cuanto menos, como cómplice de quien le está causando tanto daño? ¿Qué tipo de máscara es la que cubre la cara de su madre?

La madre es víctima de violencia machista: ya no tiene identidad ni autoridad. Vive constantemente bajo el mando del padre. Olga la percibe como una sombra sin rostro ni voz, más como una hermana que como su propia madre. Por todo ello, la madre también es cómplice de la violencia que el padre ejerce sobre Olga. Y es el ejemplo que no quiere seguir Olga porque piensa: «en esto me convertiré, si no me rebelo».

– En casos como los de Olga, ¿el encierro, el destierro y la ruptura son las fases vitales de toda víctima de violencia de género?

En efecto, son como los estados del duelo, o más bien, como las edades de Olga. En la primera edad, la de la infancia, sufre y acepta la violencia; en la segunda edad la observa, la identifica y la nombra en su monólogo interior. En la tercera edad, ya adolescente, la ira y el reconocimiento de lo que no quiere para ella, y así comienza el desapego, la ruptura.

– «Antes de salir hacia el instituto anoto mi pesadilla en el cuaderno». ¿Qué poder tiene la escritura ante situaciones como las que vive Olga?

La escritura ayuda a nombrar ya verbalizar lo que se siente. En el caso de Olga, no hay intencionalidad; verbalizar y nombrar no es el objetivo, sino la consecuencia: escribe y así reconoce lo que siente y lo que le sucede.

– «Déjate llevar por la corriente, lejos de la orilla o al fondo del mar, no importa: solo déjate llevar y flotar como si estuviera muerto. Ahorra tus fuerzas y tu oxígeno. Cuando la mar no se dé cuenta, nada y grita socorro». ¿Quién no debe darse cuenta de algo para que una víctima pueda pedir socorro?

En la violencia ejercida sobre los hijos hay un estigma, una vergüenza que sufren las víctimas. No hablan de ello fácilmente porque tampoco saben si su interlocutor receptivo; no son plenamente conscientes de que lo que les sucede no es posible: la violencia está normalizada, es un asunto de crianza: «me castigan porque soy malo, porque soy travieso, y eso es lo que pensará este adulto si se lo cuento, que soy malo y que, por eso, me castiga mi padre». Así que, además de la violencia, lleva la culpabilidad de que merece lo que le está sucediendo. Por ello, callan.

– «Se ha retirado. Me he ganado su respeto. Qué vergüenza, ganarse el respeto de semejante ser, y de esa manera. […] Cobarde de mierda. Es una mierda. Mierda. Y yo no puedo ser más mierda que él. Peor que él». ¿Cómo se explica la agresividad que también practica Olga, el proceso por el que también se está convirtiendo en una persona violenta? ¿Podrá escapar de ser o convertirse en víctima y maltratadora a la vez?

Si es capaz de romper con esa normalización, de reconocer y nombrar el maltrato, sí, porque será capaz de identificar quién es una víctima y quién es un maltratador. No es un camino fácil. Es imprescindible, además, que a su alrededor haya ejemplos de hogares sin violencia. Con todo, requiere un proceso de «desaprendizaje». También hay que tener en cuenta que no todo el mundo es violento por naturaleza y la violencia se aprehende. Por ello, un maltratador no puede ser un buen padre.

– A pesar de que cuestiona que las personas sean totalmente sinceras cuando se enamoran y de que Olga crea que tiene la piel tan dura que nadie puede penetrarla, dudando incluso que alguien lo pueda hacer jamás, la Olga adolescente vive su primer amor, con los síntomas típicos: «Estos días me despierto alterada, paso de la carcajada ala grito, me retuerzo las manos entre las manos entre las manos. Tengo un aleteo en el estómago y apenas puedo comer». ¿Es el enamoramiento lo único que podrá salvarla, frente al odio que siente por sus padres?

El enamoramiento es un sentimiento dulce, otro plano del amor que comienza a experimentar, pero no es una salvación. De hecho, en el caso de Olga, hay un problema de autoestima fruto de esa violencia en casa. El amor es un reducto, una pequeña ventana a la que asomarse y, al ser capaz de experimentar esa forma de amor, alimenta su autoestima. Consigue abrazar y perder la forma; se despoja de una pieza de esa armadura rígida que lleva. Es una ayuda, pero no es una salvación en sí.

– ¿Cómo se logra que una víctima sea capaz de «vivir en la calma», de que se desvista de su armadura, de que no se sobresalte, como dice Olga, «cuando se abra una puerta a mi espalda» y esté convencida de abrir todas las puertas, es decir, ¿cómo se consigue que una víctima sana?

Es un camino muy duro, porque una persona no es como un ordenador: no se puede vaciar de recuerdos y experiencias. La parte más dura es reconocer y romper con ello. Pero quedan la baja autoestima, la incapacidad para confiar en otras personas, el desapego. Hacen falta mucha fuerza y ​​valentía para pasar por todo esto y conseguir restaurar el amor propio y la capacidad de confiar en los demás. Cuando sucede en la infancia es devastador, porque es la forma en la que se ha educado a esos niños, desaprender todo esto es muy complejo, y para sanar hay que curar la autoestima y la confianza.

– ¿Cómo te has documentado para escribir esta obra? ¿Ha sido más difícil narrar la historia de Olga o ilustrarla?

flor fane es una obra de ficción, pero, para escribir sobre algo tan delicado como la historia de Olga, conviene conocer el tema en profundidad. Me documenté a través de varias historias reales que llegaron a mi conocimiento. Me llamó la atención que, en todas ellas, coincidían muchas características de los maltratadores: es un perfil común, independientemente del contexto familiar. Empleaban las mismas «técnicas» para anular la identidad de sus víctimas: destruir las relaciones sociales y familiares, las posesiones materiales es uno de los primeros pasos que dan. Y también coincidían los efectos de esta violencia en los niños, siendo ya adultos.Dejar de sentir esa culpabilidad, esa sensación de que no son merecedores de las cosas buenas que experimentan o tener que trabajar la autoestima son puntos comunes. Es ficción, pero, tristemente,

Por otro lado, creo que me resultó más difícil ilustrar la historia. Las ilustraciones en Flor Fané están pensadas para representar un plano más íntimo y profundo del monólogo interior de Olga, por lo que, si para escribir con su voz, tuve que meterme en su piel, para ilustrarla tuve que meterme en su inconsciente: conseguir ilustrar ese refugio simbólico que se construye y, además, lograr dibujar como lo haría una niña de cinco años, hacer que su trazo evolucione a lo largo de su niñez y adolescencia y que no resulte impostado. Es decir, además de lo profundo de sus dibujos, tuve que desaprender a dibujar.

– ¿Te sientes más cómoda ilustrando los libros escritos por otros autores o por ti mismo o, más bien, son experiencias diferentes?

Son experiencias muy diferentes. Cuando ilustro mis propios textos soy «dueña» de la obra global: narro con los dos lenguajes, palabra e imagen, y trato de que ambas tengan el mismo peso narrativo, por lo que puedo quitar de una y dárselo a la otra. Al ilustrar textos ajenos, no dispongo de esa posibilidad, por lo que planteo el trabajo de otra manera. Aunque en ambas situaciones hago ilustración narrativa, doy una lectura paralela al texto; Evita la ilustración descriptiva.

– ¿Cuáles son tus próximos proyectos literarios?

Comencé a escribir una historia que tenía en la cabeza desde hacía algún tiempo, pero no conseguía salir de Flor Fané : entrevistas, charlas y presentaciones me aparecieron dentro de su historia de forma muy intensa. Por ello, decidí ilustrar textos de otras escritoras. Durante los próximos meses espero retomar esa historia que me espera en el escritorio.

Agradecemos a Sara Morante su valentía para contar historias como la de Olga y su maestría para ilustrarla, porque es importante abrir los ojos y nombrar las realidades, incluso sin nombrarlas. De la misma manera que no todas las heridas son visibles, «no se puede tener respeto por quien no te lo tiene» y, por ello, es preciso tomar distancia y verlo todo desde otra perspectiva, aprendiendo «a convivir con los grillos de [los] sueños». Os invitamos, estimados lectores, a descubrir la historia que oculta el libro ilustrado Flor Fané, de Sara Morante: «Abracé y me dejé abrazar. Y perdí la forma como la arena»…

Flor Fané. Sara Morante (Autora e Ilustradora). Astiberri Ediciones. Bilbao. 2021. 200 páginas.