«Le digo que sí, porque ya nunca digo la verdad, porque ya solo hablo para que me quieran».

La escritora sevillana Silvia Hidalgo, Licenciada en Ingeniería Informática, fue la guionista y directora del cortometraje titulado Nido (2019), presentándose en el 45º Festival Iberoamericano de Huelva. Como novelista, ha escrito Dejarse Flequillo (2016) y Yo, mentira (2021). También ha aparecido en diversas antologías de relatos como Folloneras (2016), She was so bad (2017) y Cuadernos de Medusa (2018).

En su novela Yo, mentira no hay nombres propios, pero sí una narradora en primera persona con una voz tan auténtica como frágil, en un universo cotidiano que construye junto a su marido, el Escritor, y su hijo pequeño, mientras sobrevive a su propia rutina diaria, en un entorno financiero discriminatorio y hostil.

– Desde el inicio de la novela, se observa que la narradora ama y teme a su hijo a partes iguales, porque la maternidad es esa gran experiencia de la que raras veces se habla con sinceridad. De la misma forma, no sabe si estará «a la altura» en su papel de esposa del Escritor. Por un lado, ve cómo su hijo «ya ha comenzado a expresarse de ese modo seudohumano. Porque, ¿cómo se le habla a un hijo?»; y, por otro lado, se siente impotente porque no puede expresar aquello que le recorrió la mente: «Abro la boca, pero mis palabras se quedan agazapadas, esperando otro momento o el orden correcto en el que salir; mis palabras, que siempre suenan aburridas y nunca cuentan lo que quiero. Porque, ¿cómo se le habla a un marido?».Silvia, ¿ha encontrado respuestas para estas preguntas?

En el libro quería expresar que, en nuestros entornos más cercanos, solemos tener una imagen muy consolidada. En este terreno, hablar de lo mundano, dentro de la rutina, es algo natural y fácil, pero expresa algo que nos incomoda, que puede perturbar o cambiar nuestra propia imagen es mucho más difícil. Con los hijos y las hijas se añade una presión extra, al buscar que la imagen que estamos creando en ellos sea perfecta. A título personal, creo que esa imagen, como la que tenemos de los demás no es sagrada, no debemos tener tanto miedo a mancillarla.

– Su hijo la pone a prueba constantemente o, al menos, ella es lo que cree: «No entiende que debe valerse por sí mismo, saber pedir ayuda si su madre falla, si su madre se olvida de él en el coche o lo pierde de vista en el agua». ¿Cómo aprende una madre a perdonarse por los (posibles) errores que pueda cometer, por lo que de ella se espera, por el simple hecho de dar a luz?

No soy una profesional ni la persona adecuada para esta pregunta, creo que antes que el perdón viene asumir que no somos ni seremos mujeres perfectas, que vamos a cometer errores, quizás no los mismos que consideramos que cometieron en nuestra infancia, pero está claro que metemos la pata. Cuando abrazas tu debilidad humana, puedes tratarte con más cariño.

– En el mundo financiero en el que trabaja, no se siente un gusto, pues no ha llegado donde quería: «En el pasado yo también confié en mí, toda ilusión y actitud, porque yo sí, yo me abriría camino hacia la planta alta de los despachos marrones». ¿Por qué solemos apostar todo –la felicidad, la meta profesional, la vida personal…− a una sola carta, sabiendo lo osado que es?

Desde pequeñas, el sistema te ofrece varias vías, la del éxito que nos vendieron estaba clara: estudios (cuanto más técnico mejor), trabajo profesionalizado (cuanto mayor rango mejor) y amor (cuanto más duradero mejor). Si tenías capacidad para alcanzarlo, no te planteabas otro camino, porque lo demás era fracasar. El problema quizás no sea tanto el apostar por un camino, sino ser insuficiente de ver otros o de deshacerlo y coger uno distinto, según tus nuevas necesidades. Yo mismo empecé a escribir pasados ​​los 35 años, aunque, eso sí, tenemos que tener claro que en toda nueva ruta hay que estar muy dispuesta al fracaso.

– Además, el hecho de ser madre ha impedido a la protagonista el ascenso profesional que tanto ha ansiado: «Adivino su plan, como yo lo tuve, de volver a la normalidad a través de una faja. En esa normalidad no caben el vientre hinchado o las tetas que supuran leche. […] con ellos se evita el código mojado sobre la blusa que vendría a decir “mujer, no deberías estar aquí”». ¿Cuándo lograremos las mujeres la efectiva conciliación entre la maternidad y el trabajo? ¿Cómo se reconcilian las mujeres con su propio cuerpo después de ser madres?

La incorporación de la mujer al mundo laboral, al mundo de la empresa específicamente, no ha sido tal incorporación, sino una inserción bajo unas reglas y unos moldes masculinos en los que nos hemos visto obligados a encajar. Se pretende que pensemos y lideremos como lo ha hecho el patriarcado durante siglos. Por eso, el avance en este plano es tan lento, pues incorporamos implica una máxima que engloba la maternidad junto con debates que no obstante ya estarán superados, como la menstruación. Será más efectivo conforme avance el feminismo y las feministas adquieran poder social, político y legislativo.

Respecto al cuerpo, debemos desaprender la idea de belleza y perfección que tenemos inculcada a fuego. De nuevo, perdonar nuestra imperfección, asumir que nunca vamos a lograr lo imposible y quizás, con algo de suerte, gustarnos un poco más, tenerle más cariño y respeto a nuestro propio cuerpo.

– El difícil papel de ser madres conlleva, además, una revolución psicológica en las mentes de las mujeres: «Le cuento [al médico] que tengo una depresión posparto. Él dice que tras cinco años es imposible eso que cuento; lo llama de otro modo, como si el nombre importara. Le explico que no tuve tiempo en su momento y que me la prorrateado, solo recaigo unos días al año, como la celebración de un aniversario y su resaca». ¿Por qué la Ciencia es tan estricta con la maternidad, por qué no logra «salvar» a las madres de sí mismas, ni física ni psicológicamente?

La ciencia ha ignorado durante mucho tiempo (y aún no se ha puesto al día) las particularidades de la salud de la mujer. Se ha estudiado el cuerpo del hombre blanco como lo neutro, hasta hace poco no supimos que el infarto no se presenta en las mujeres con dolor en el brazo izquierdo ni tampoco se estudió el efecto de las vacunas para la Covid en el ciclo menstrual. Y psicológicamente…

– En el mundo profesional de la narradora no hay lugar para medias tintas, ni siquiera en el lenguaje o códigos que se utilizan, que se define en «un muro pálido de contención antiruido a través del cual se escapan conversaciones en un idioma extraño sobre vinos , moda y viajes. Un idioma que se aprende y se imita, pero en el que nunca se sueña». ¿Por qué es imposible soñar en ese mundo?

Aquí me refiero a la imposibilidad del salto de clase. Dan igual los méritos y el puesto que alcances, si vienes de otro lado, puede que nunca te sientes parte de ese mundo que crees haber alcanzado.

– Anteriormente, la protagonista ha trabajado como cajera de supermercado: «Era la peor cajera de todas porque, al menos una vez al día, me enamoraba de un cliente». ¿Sobrevaloramos la necesidad de enamorarnos? Ella misma cree ser la autora de la siguiente cita: «Si vas a entregarte a un hombre, hazlo a uno capaz de dejar sus miserias por escrito». ¿Por qué intentamos ser la perfecta imperfección ante la mirada de la persona de la que nos enamoramos?

Hemos visto muchas películas con chicas protagonistas tan guapas, sexis y divertidas a las que habían que dibujarle una encantadora imperfección o manía soportable para que el chico no se sintiera del todo inferior. Supongo que tenemos aprendidas pequeñas lecciones como no ser más altas, no ganar más dinero y no tener más éxito. Gustar «sin apabullar, sin dar miedo», nos pasamos la vida cuidando el ego de señores.

– Se podría decir que la narradora practica una autocrítica excesiva, sobre todo cuando idealiza a su marido: «No sé si los demás maridos son iguales. Un escritor nunca está del todo contigo, siempre está contigo y con la historia que está escribiendo. Ven y escribe. Escucha y escribe. Besa y escribe. […] él hace tiempo que consiguió ser quien esperaba». En las relaciones de pareja, ¿qué espacios son necesarios para desconectar el uno del otro? ¿Cómo se puede solucionar la idealización del ser amado?

Cada relación y cada momento tiene sus necesidades. En mi novela, la protagonista necesita conectarse con ella misma, por eso necesita alejarse de los ojos de él, que en parte la definen.

Respecto a la idealización del ser amado, no sé si debe ser un asunto a solucionar, el tiempo y la rutina ya meten los dientes ahí. Mejor admirar que idealizar, eso sí.

– Queremos confesarte que tenemos prácticamente cada página subrayada, porque los enunciados de la narradora son pequeñas bofetadas de realidad, citas de autoridad reales y ahítas de verdades que deberíamos gritar quedar hasta nos afónicas: «Algunos miedos no se pierden, se acumulan. No son miedos dignos de atención, solemnes, de los que te paralizan o te empujan a hacer grandes logros, solo son miedos femeninos, adiposos, cada miedo un kilo de más que por abandono deja de molestarte y al que te acostumbras». ¿Cómo conseguimos (sobre)vivir a pesar de tenerlos? ¿Cómo podemos superar, por lo tanto, «morir de pronto, sin sentir[nos] terminadas»?

Supongo que todos vivimos con miedos, no hay otra forma y no está mal tenerlos. Tampoco creo que se superen o haya que esforzarse en eso. Vivimos porque nos acostumbramos o los tenemos algo domados, y los que vivimos algo mejor es porque tenemos la suerte de ser capaces de amordazarlos.

– «Es raro ser madre, tener un trabajo de oficina y que hoy, en un congreso, alguien vaya a escuchar lo que tengo que decir. Es raro que consiguiera esos nombres mayúsculos: esposa, madre, profesional; que sean los mismos que siempre escuché hacia las que sí eran esposas de verdad, madres de verdad, profesionales de verdad; y es raro que no haya otro nombre distinto para esto que soy yo». ¿Cómo se lidia, en el día a día, con el síndrome de la impostora; ¿por qué las mujeres seguimos sin creer en nosotras mismas?

Por un lado, está el nivel de exigencia que nos han hecho tener con nosotras iguales, la hiperancia a la que estamos sometidos, porque cualquier error será expuesto como prueba irrefutable de nuestra (incuestionada tantos siglos) inferioridad.

Por otro lado, aunque una mujer crea en sí misma, no suele sentirse con la libertad de expresar su orgullo públicamente, siempre hay un temor de ser tratado de arrogante; una mujer segura de sí misma se percibe como una amenaza al status quo.

– Las emociones de la narradora tejen su propio relato y aquello que se cuestiona constituye el exoesqueleto de la novela: «Me pregunto qué desearán decir los que afirman que alguien les hace feliz, que otra persona les hace feliz; ¿cómo se consigue algo así? ¿Y cómo se permite?». ¿Por qué somos tan dependientes emocionalmente?

La protagonista está dañada, no cree merecer ser querida, así que desea no necesitarlo, no depender de lo que despierta en los demás. Pero somos animales sociales, necesitamos unos de otros y nos gusta que nos necesiten. Nadie es una isla. No debería haber nada malo en que nos afecten nuestras relaciones con los demás, el problema es cuando esas relaciones no son sanas y equilibradas.

– «Lo cierto es que todos buscamos una verdad, rotunda e incuestionable, verdades como dobles líneas continuas en la carretera que nos mantienen alerta: eres lo que comes, la piel tiene memoria, tu cuerpo es tu templo». Además, en el ámbito laboral, ella cree que «necesitamos que alguien diga que no mentimos, que nos firme esa verdad, la selle y nos la entregue en un papel». ¿No es acaso contradictorio que busquemos una verdad irrebatible, pero prefiramos, en ocasiones, vivir en una mentira?

La protagonista está en una fase de continuo cuestionamiento y es agotador, lo cómodo es quedarnos con las noticias, las teorías y las ideologías con las que encajamos mejor y en las que encaja nuestra propia vida. Personalmente, no conozco a nadie que sea capaz de vivir sin caer en contradicciones, más o menos graves, nos contamos mentiras para sentirnos mejor, para encajar en esa verdad absoluta con la que comulgamos.

– La narradora no ve que el paso del tiempo se produce de la misma manera para los hombres que para las mujeres: «[…] las niñas y adolescentes hablan de sí mismos […], las adultas no conjugan la primera persona, son sus maridos los que se jubilaron, son sus hijas las que preparan unas oposiciones. Es la forma elegante que tenemos de desaparecer». ¿Por qué la edad es tan cruel con las mujeres? ¿Por qué buscamos «desaparecer» con el transcurso de los años?

Hasta ¿hace poco? el mayor valor que podíamos tener las mujeres era la belleza, una belleza imposible de alcanzar, por otro lado. Esa belleza canónica solo se da, y en ocasiones, en la adolescencia, cada año que te separa de ella, pues, te devalúa.

No buscamos desaparecer, nos hacen desaparecer, la presencia en los medios, en la ficción, mengua. Incluso, en el ámbito doméstico, nos encierran en la cocina. Al final, si te tratan como un reducto social, puedes llegar a creer que tu opinión o tu experiencia vital no son importantes.

– Leyendo la novela, nos ha quedado muy claro que la autoestima no pasa por su mejor momento: «No debo ser un buen tema de conversación. Me extraña que mi vida apenas cambie y que sin embargo mi estado de ánimo siga el patrón lunático de las mares, por eso no debe tener razón alguna cuando estoy triste y menos aun cuando me siento feliz». Verdaderamente, ¿resulta tan difícil conocerse y reconciliarse con una misma?

A la protagonista le cuesta más iniciar el camino. Es una decisión complicada, no siempre va a acabar bien, porque ya nada vuelve atrás y el entorno no va a cambiar. La culpa se aligera bastante, comprendiendo de dónde viene y con el feminismo.

– A medio camino entre la victimización y el masoquismo, la narradora parece rebelarse, primero ante sí mismo y luego, ante los que la rodean: «He fracasado, Sigo siendo yo. […] Quería esa mancha. Quiero que diga por mí que no soy lo que esperaban, que me señale como mala esposa, como perdida, indecente, desleal y mala madre; una marca que diga que soy una bruja; una letra escarlata que dé miedo, que dé envidia y que dé asco a todos, a todos los que todo lo saben, a los rectos, a los intachables, sobre todo a esos». ¿Expresarlo así, cuanto menos, alivia algo todo el pesar con el que cargamos las mujeres?

Aquí me refiero de nuevo al tema de la hipervigilancia sobre nosotras, por cuenta propia, por el entorno cercano y el social. Cuando de verdad dejas de formar parte del tribunal patriarcal sobre ti y sobre las otras, ves casi como un honor que te expulsen con alguna de estas lindezas. Es parte del camino, un sellito de calidad.

– Esta narradora, llena de inseguridades, llega a afirmar: «No hay nada peor que un amor platónico, con todo ese anhelo insaciable de un imposible; no podría soportar a un marido melancólico y mucho menos a un poeta». ¿Qué tienen de malo los amores platónicos? ¿Y los poetas?

Esto es un sarcasmo de la narradora, ya lo comentaba antes, creo que es más sana la mediocridad conocida, querida y admirada que la fantasía idealizada de perfección que proyectamos en un amor platónico.

Respecto a los poetas, es la experiencia que vive la protagonista al sentirse fuera del mundo de las letras y criticando esa fantasía estereotipada sobre el poeta sensible y profundo, que, por supuesto, existe, pero que, como en todas las ocupaciones, la ejercen seres humanos estupendos, aunque también conozco a poetas que son auténticos sociópatas.

– «Cuando abro la puerta, me disculpo y la cierro de inmediato. Cruzo el pasillo de vuelta, me escondo en los cojines con más miedo aún, porque las mujeres no sabemos qué hacer cuando un hombre llora». ¿Cómo superamos lo que se espera de un hombre frente a la sensibilidad que, por tradición, se asocia a las mujeres?

Con feminismo. El machismo ha destrozado a muchas mujeres, pero nos ha hecho daño a todos.

– «Hacía tiempo que no me enfadaba con alguien que no fuera yo mismo. Sienta bien, es una energía que se propulsa desde mi pecho hacia afuera y no hacia adentro por una vez». Emocionalmente, ¿es más saludable enfadarse con otro que hacerlo con uno mismo?

Siempre. Muchísimas de las mujeres que conozco se ponen tristes tras una discusión, no se enfadan. Nos han educado sumisas, nos ponemos tristes, aunque sepamos que llevamos razón. De nuevo lo digo, perdemos muchísimo tiempo cuidando el ego de señores.

– Somos defensoras de que aún debemos practicar más y mejor la sororidad, pues, en ocasiones, nos sentimos enemigas de nosotras mismas, al igual que la narradora: «Yo, que no era como las demás, que no me ofendía, con la que sí se podía hablar sin decoro, sin miramiento. Yo, que les fui infiel a todas; yo, que quise ser uno de ellos». ¿Por qué, a veces, hemos querido ser como los hombres, en especial, en lo que se refiere a ciertas prácticas insultantes y/o discriminatorias?

No creo que hayamos ser como en ellos en esas prácticas, creo que queríamos ser como ellos porque son ellos quienes tienen el querido poder y, por tanto, toman las grandes decisiones económicas, políticas, sociales, incluso domésticas. Hemos realizado esas prácticas porque era la manera en la que creíamos que nos alejábamos de los roles femeninos que no queríamos representar y para que nos vieran como uno más. Víctimas y verdugos.

– La narradora, una mentira muy verdadera, no ha logrado «el equilibrio perfecto»: «Cuando era más joven, todos me cuidaban: come más, no tomes tanto café, bebe más agua. Me protegían de otros […]. Ahora soy yo la que incomoda y es a los chicos nuevos a los que advierten sobre mí: cuidado, podría malinterpretarte, no aguanta ni una broma». ¿Qué hacemos cuando creemos que no encajamos en ningún lugar, por edad, por ser mujeres, por ser (o no ser) madres, por no callarnos…?

A veces, lo que tenemos que hacer es pelear, dar guerra, ser molesta, al menos. Otras veces, rendirnos, irnos, dejar que nos expulsen del entorno hostil y buscar otro donde desarrollar todo nuestro potencial y talento. Ninguna mujer más debe sacrificarse por la lucha. Me parecería muy loable que Irene Montero dijera mañana «Ahí os quedáis».

– En nuestras vidas fingidas somos aquello que aparentamos ser, lo que ocultamos a los demás: «Desde la radio critican a alguien que llevaba una doble vida. ¿Quién lleva una sola vida? Me pregunto si llevar una doble vida o vivir por encima de nuestras posibilidades no son las únicas opciones dignas para nosotros, los mediocres». ¿Por qué esto es ser mediocre? ¿Qué hacemos, entonces, con la mediocridad?

A la mediocridad debemos abrazarla, como al fracaso. Esa autoexigencia de la que os habló antes nos obliga a perseguir una excelencia inalcanzable. Está bien llegar a ser muy buena en algo, pero el talento es algo que no podemos controlar, podemos trabajar mucho y hacer algo mejor que hace un año, pero quizás siga siendo mediocre, lo que no quita que también pueda belleza haber en esa vulnerabilidad , en el error, en lo vulgar. Es más humano ser mediocre que ser un genio.

El amor de la narradora –hacia su marido, hacia su hijo, hacia su suegra, hacia sus compañeros de trabajo…− siempre es «impuntual». O eso es lo que tiene interiorizado, como si fuera la única que así lo sintiera, porque hay cosas de las que no se hablan, problemas que nos aíslan y nos arrinconan en el lado más oscuro de la soledad. En realidad, si miramos, y no solo vemos; si conversamos, descubramos y no solo hablamos, podremos, estimados lectores y seguidores de La tinta entre tus dedos , que, como nosotras, hay «miles de mujeres. ¿Existen tantas? ¿Dónde se esconden a diario?». ¡Descubrámoslo!, porque «la vida es inevitable y la mañana llega».

Yo, mentira. Silvia Hidalgo. Editorial Tránsito. Madrid. 2021. 176 páginas.