Se define como zurda, bajita y cada vez más miope. Monógama en serie, hipocondriaca y contorsionista en los ratos libres. Viuda negra, mantis religiosa y antivedette tragicómica, por encima de todas las cosas. Hoy, Ana Elena Pena no se reconoce en la chica de hace veinte años ni en lo que hacía, pero ha acabado comprendiendo y perdonando a la Cenicienta Superstar o a la Sissy Felatriz en su paso por el infierno. Le gusta acariciar a los gatos, besar a los chicos y asustar a los niños. Siempre valiente, en perpetua reinvención, en los últimos años, alterna el cabaret con la literatura y la bisutería.

Licenciada en Bellas Artes por la Universidad de Valencia, donde actualmente reside, esta agitadora de masas, de misas y de misses, reivindica el encanto de la torpeza y cultiva la añoranza, la denuncia o la catarsis en poemas y relatos en prosa de una honestidad y crudeza que nos desarma.

Entre lo erótico y lo siniestro, lo sórdido y lo sublime, Ana Elena Pena se perfila como una contadora de historias aspirante a Bruja Suprema, con el pelo cada vez más corto, la falda cada vez más larga y la lengua cada vez más libre. «Cuento lo que me pasa, lo que me pesa, a mí y a los demás, dando forma a diferentes obsesiones, fobias y filias», que transitan entre el desgarro lírico y la ternura narrativa en: Hago pompas con saliva, Sangre en las rodillas, Antídotos contra la belleza,  Aquelarre de muñecas, Chicas bonitas esnifando purpurina o El tren de la bruja, su primera obra de relatos cortos, que vio la luz a finales de 2019.

Se trata, esta última, de siete pequeños relatos de terror cotidiano, donde lo espiritual, y lo escatológico se unen para invitarnos a quitarnos las máscaras y a reconocernos como seres llenos de prejuicios y debilidades. Una mirada agridulce a la infancia, con sus fantasmas y terrores, pero también un canto a la inocencia. Un viaje que nos enfrenta a nuestros propios miedos, a las niñas que fuimos y somos. Apasionada de la criminología, Ana Elena disecciona los sentimientos a sangre fría, imprimiendo a sus textos un halo de desgarradora verdad, de amarga realidad, ya que como ella misma asegura «escribo, mirando a los ojos, para conservar la cosas que no quiero que mueran jamás». Tras su lectura, y quizás en un intento desesperado por conservar ese viaje al que nos invita Ana Elena, La tinta entre tus dedos ha obtenido «dos fichas gratis para un paseo en el Tren de la Bruja». Este es nuestro particular trayecto que queremos compartir con los lectores:

“Cuando era niña, una de las atracciones que más me fascinaba de las ferias era el tren de la bruja. Tan misterioso como inquietante, a él subía, unida a la mano de mi padre, segura de que él iluminaría aquel trayecto de oscuridad. A veces la bruja tardaba en aparecer y aunque, desde nuestros asientos de madera, la buscábamos por todos los rincones, ella siempre se mostraba en los lugares más insospechados, con un aire burlón y desafiante. Ninguno de nosotros sabía dónde se escondía ni cuáles serían sus próximos movimientos, pero en el preciso instante en que te confiabas, allí estaba ella, dándote escobazos, tiernos y dulces, a los más pequeños, despiadados y vengativos, a los adultos, como si quisiese descargar toda su furia sobre las cabezas de aquellos que habían perdido la ilusión.

Con el paso de los años, me he dado cuenta de que ese tren, asociado a mi infancia, guarda muchas similitudes con la vida misma, con la luz y las tinieblas que nos acompañan en el viaje, con el peligro de esa escoba que continuamente nos acecha, sin darnos tregua, aunque nos empeñemos en perseguirla o retirársela a su dueña. Ese es nuestro drama. Subirnos al tren con una mochila demasiado pesada y no darnos cuenta de que lo verdaderamente importante ya no está a tu lado. Quizás por eso, nunca agarramos la escoba”.

Desde esta atracción de la Feria, y tras el relato de nuestra experiencia, también queremos compartir con los lectores el siguiente poema de Ana Elena Pena:

Siempre fui para ti La Mala del Cuento.

La bruja que devora a los niños con la pancita llena de dulces
y envenena a las muchachas con promesas de libertad.
La madrastra envidiosa,
la loba sedienta de sangre y juventud
que corre libre y salvaje
por los bosques inhóspitos de tus pesadillas más tenebrosas.
Será…
porque nunca creí en los besos de amor eterno
de príncipes descafeinados
y preferí correr descalza a usar zapatos de cristal.
O será…
porque no me amedrentan las fieras ni me arrodillo ante reyes, pues no tengo amo a quien temer
ni tampoco necesito siervas que cepillen mi cabello
antes de irme a la cama.
No soy tan mala, muchacho, ni maléfica, ni cruel,
así que no me culpes de tus desdichas y miserias,
porque tú ya eras un sapo
mucho, mucho antes de que apareciera yo.

– Ana Elena Pena. El Tren de la Bruja. Vol. 1. 80 páginas; La loca de los gatos. 92 páginas.

– Imagen de portada: Zaragoza año 1972 – Recinto Ferial – Tren de la bruja – Fotografía obtenida por Gerardo Sancho Ramo – Archivo Municipal de Zaragoza. Rafael Castillejo.