MALDAD, DE LETICIA SIERRA.
«La maldad es inherente al ser humano. Daros cuenta de que somos el único animal que mata por placer».
Periodista de formación, aunque ya no ejerza como tal, Leticia Sierra es una mujer que ama perderse en mundos paralelos para luego crear historias. Tras el éxito en 2018 de Animal, un vertiginoso thriller sobre los límites de la moral, la novelista asturiana regresa a la ficción con Maldad, una obra que, a partir de un crimen atroz, nos plantea numerosos interrogantes sobre la infancia.
– Leticia, ¿qué te llevó a dedicarte a la escritura?
La necesidad de comunicar. Me gusta la palabra como herramienta para transmitir ideas, emociones, sentimientos. Y se me da mejor, me siento mucho más cómoda, con la palabra escrita que con la palabra hablada.
– En tu primera historia, descubrimos que «la naturaleza humana tiene una simiente bestial latente, contenida. Pero algunas veces el animal que habita en nosotros dormido, agazapado, se despierta y se impone, devorando a la persona». ¿Qué ocurre cuando la alimaña se despereza?
Lo que ocurre es que nuestra parte humana corre el riesgo de desaparecer engullida por nuestro lado animal, pues todos tenemos uno dentro que, normalmente, está dormido, latente, pero ahí está. Y en función de las circunstancias, de las situaciones a las que nos vemos sometidos −que no tienen por qué ser extremas, pues cada cual tiene un umbral distinto de estrés emocional− ese «bicho» que habita en nosotros puede despertarse e imponerse, haciendo que perdamos el control.
– En algún momento has comentado: «Animal me salvó y el folio en blanco me sanó». ¿Por qué?
Animal no solo me salvó, sino que también lo hizo con la persona a la que quise hacer daño en un momento muy puntual de mi vida. Ese lado oscuro del que hablábamos antes afloró en mí, de forma brutal y visceral, haciendo que perdiera totalmente el control sobre mí misma. En un instante de lucidez, decidí canalizar esos sentimientos turbios, incontrolables y criminales en algo creativo y comencé a darle forma en mi cabeza, primero, y en mi libreta de apuntes, después, a la historia de Animal. Eso nos salvó a los dos: a Leticia y a su víctima. Años después, pasar esa historia al papel, al folio en blanco, fue sanación y terapia de la buena.
– Realmente, ¿crees que llegaremos a conocer la naturaleza humana en profundidad o siempre habrá algo que nos sorprenda de nosotros mismos?
Nadie conoce la naturaleza humana en profundidad. Hablar de naturaleza humana es hablar de Las Marianas. Somos el animal más complejo que existe y creo, humildemente, que conocemos de nosotros mismos solo aquellas habilidades, cualidades y defectos que hemos practicado en situaciones sin excesivo estrés o tensión emocional. Nadie es capaz de saber lo que realmente haría en circunstancias de las que no se tiene experiencia vital propia.
– Si Animal era una novela de personajes, Maldad es una obra coral. No obstante, de nuevo, el brutal asesinato de la joven Elsa será investigado por el inspector de policía Agustín Castro y por la periodista Olivia Marassa. ¿Qué tienes en común con estas dos criaturas maravillosas?
Con Olivia Marassa, bastante. Para crear su personaje puse encima de la mesa toda mi experiencia como periodista. Olivia es el paradigma del buen profesional de la información: honesta, avispada, inteligente, responsable en el manejo de la palabra escrita, luchadora y sin pelos en la lengua. Con el inspector Castro, en cambio, no tengo nada en común. De hecho, está en las antípodas de Leticia Sierra y de Olivia Marassa. Es demasiado encorsetado, muy pragmático, excesivamente racional y poco pasional.
– Háblanos también de un personaje admirable, por su pulcritud profesional: Mario Sarriá.
Mario Sarriá, mi querido Mario, es la cordura, la sensatez, la paciencia y quien equilibra a Olivia para que «no pierda pie». Mario es el único personaje de Animal que está inspirado en una persona real. La extraordinaria forma de ser y la pulcrísima forma de trabajar de Mario se la debemos a Pablo Nosti, fotoperiodista de El Comercio que, a día de hoy, sigue ejerciendo en el diario asturiano, y quien, además, fue mi compañero en el citado medio de comunicación durante algunos años.
– En tus tramas aparece la cuestión ética en la que navega el periodista de sucesos, sobre qué puede publicar y qué debe publicar. Desde tu punto de vista, ¿dónde debería situarse esa línea infranqueable entre información y sensacionalismo?
Considero que debería situarse en la ética y moralidad que debe tener el periodista, el cual ha de ser un profesional aséptico y objetivo, pulcro en los contenidos y escrupuloso con el uso de la palabra. Los periodistas tenemos que informar de forma rigurosa y, para ello, no es necesario convertir un suceso en carnaza. Esa es una línea que nunca se debería traspasar, pero que, lamentablemente, muchas veces se cruza.
– ¿Tus novelas son un homenaje al Periodismo o un ejercicio de autocrítica?
Son ambas cosas. El Periodismo es una profesión poco conocida y muy denostada. Es un trabajo que deja poco tiempo a la vida personal, con jornadas laborales larguísimas que hacen muy complicada la conciliación familiar, con unas condiciones económicas y contractuales mediocres, además, en la mayoría de los casos. El profesional de la información se ve sujeto a ritmos muy altos de trabajo, a presiones por parte del medio de comunicación, a veces, insostenibles y de difícil lidia, presiones que, en ocasiones, ponen en un aprieto la honestidad y el buen hacer del profesional de la información. Sin necesidad de acudir a un periódico nacional, en los medios regionales tenemos extraordinarios periodistas de investigación, que luchan cada día por hacer bien su trabajo, a pesar de tener que nadar a contracorriente más veces de las deseadas.
Hago autocrítica porque la palabra, ya sea hablada o escrita, es una herramienta muy poderosa que, mal utilizada, puede ser peligrosa y causar un daño innecesario e irreparable. Hay que ser muy cuidadosos en su uso e igual que os digo que hay muy buenos profesionales que esto lo llevan grabado a fuego, también está el «emborronafolios» o el «periolistillo», que se hace llamar periodista y que empaña la profesión, por no respetar los límites y por convertir la palabra en una escopeta de feria.
– ¿Has descubierto en la Literatura esa libertad y honestidad que genera la ficción?
En cierta manera sí, pero no por el hecho de que sea ficción, sino por el propio arte. En la Literatura, da igual el género, puedes llamar a las cosas por su nombre, sin remilgos ni eufemismos, con honestidad y sin que nadie te censure, ya que la historia es tuya y de nadie más.
– Da la sensación de que te interesa que el lector cuente con todos los datos, maneje todas las pistas y extraiga sus propias conclusiones antes que los propios protagonistas. ¿Te preocupa más el porqué que el cómo?
Me interesa, sobre todo, ser honesta con el lector. Entre el lector y el escritor se establece un juego, a través de sus libros, en el que ambos deben manejar las mismas cartas, por supuesto, sin marcar. Si no es así, el escritor está haciendo trampa y el juego pierde sentido. De ahí que, en mis novelas, el lector domine todas y cada una de las pistas. No es necesario ocultarlas para mantener la intriga, sino manejarlas, de forma estratégica, a lo largo de la trama. Y en cuanto al quién… para mí es importante, pero me interesa más ahondar en la motivación de cada personaje.
– Profundicemos, si te parece, en tu segunda novela, donde se recoge: «La maldad no es exclusiva de las personas adultas». ¿Uno nace malo o se hace malo?
En nuestra primera infancia, aunque de forma inconsciente e instintiva, somos egoístas, pequeños tiranos… Conforme crecemos y nos van educando, vamos aprendiendo las normas sociales e interiorizando valores morales. Así nos convertimos en personas civilizadas. Aun así, opino que la maldad es inherente al ser humano. Daros cuenta de que somos el único animal que mata por placer.
– ¿No resulta peligroso considerar que la maldad está normalizada e instaurada en nuestra cotidianidad?
No sé si resulta peligroso, pero es la realidad. El ser humano es muy vulnerable a la violencia, tanto física como verbal. De hecho, nos cuesta mucho menos mandar a alguien «a la porra» que darle los «buenos días». Vivimos en una sociedad individualista, insensible, poco empática y muy tecnológica. Ya no nos escandaliza nada, ni nos sorprende nada, quizás porque estamos rodeados de violencia física y emocional. ¡Hoy en día ver un informativo o ciertas redes sociales es como estar leyendo «El Caso»! No es extraño que acabemos normalizándola.
– El acoso escolar, el abandono a los menores que lo sufren o el silencio alrededor de quienes lo ejercen se entretejen en esta historia. «El sistema no funciona. Al menos para nosotros. Estamos solos». ¿Qué falla cuando la sociedad no hace nada al respecto?
Falla todo. Nos convertimos en cómplices por omisión; nos convertimos en un acosador más.
– «¿Estamos criando monstruos?».
No se puede generalizar. Hay adolescentes impecables y padres responsables e implicados, pero, en cierta forma, sí, estamos creando monstruos. Tendemos a sobreproteger a nuestros hijos en aquello que no se les puede proteger: que no les falte ningún capricho y que no les falte un «sí» a cualquier petición. Los educamos en el hedonismo y no los preparamos para la frustración ni para un «no» por respuesta. Y el mundo ahí afuera, esa vida real, cruel y desdeñosa, es más proclive al «no», que al «sí». No los capacitamos para enfrentarse a todo eso, así que la tendencia no es buena ni prometedora.
– «¿Qué estábamos haciendo tan mal como para llegar a esos extremos en los que la resignación por parte de los escolares era el mejor de los sentimientos, en los que la pérdida de la inocencia era condición sine qua non para sobrevivir?».
Mirar para otro lado. No solo en cuanto al acoso escolar, sino también en cualquier aspecto de la vida cotidiana. La frase de «mientras a mí no me salpique o no me afecte…» es habitual oírla. Somos una sociedad cómoda y, repito, individualista, en donde no convivimos, sino que sobrevivimos, aunque sea a costa de cerrar los ojos: «Ojos que no ven, corazón que no siente».
– ¿Qué papel juega la ambientación asturiana en tus novelas?
Asturias es protagonista en mis novelas de forma indiscutible, pues es mi tierra. Como asturiana que soy, me gusta presumir y qué mejor manera de hacerlo que a través de la Literatura. Es un territorio que tiene de todo: paisaje, gastronomía, historia, tradiciones, cultura… No me imagino otro escenario para mis novelas. Es más, ni me lo planteo.
¿Y, especialmente, las zonas rurales qué potencial literario ofrecen?
Son un microcosmos donde todo el mundo se conoce. No obstante, tiene el mismo potencial literario que una gran urbe. En las zonas rurales vive gente con las mismas pasiones e intenciones, los mismos y sentimientos que pueda tener la gente de ciudad. Quien quiera matar lo hará, da igual donde se encuentre. La gente del mundo rural no está inmunizada contra la violencia.
– Como lectora, «quiero que una novela me revuelva, me remueva». Y, como escritora, ¿qué sensación te gustaría transmitir?
La misma. Escribo lo que me gustaría leer. Como escritora busco que mis historias no solo entretengan, sino que también remuevan conciencias, que despierten reflexiones, que provoquen emociones. En mis novelas hay más violencia emocional que física. De hecho, mis crímenes no dejan de ser una excusa para adentrarme en la denuncia social, para evidenciar nuestras carencias como sociedad, en teoría, civilizada.
– Animal. Leticia Sierra. Ediciones B. Barcelona. 2021. 455 páginas.
– Maldad. Leticia Sierra. Ediciones B. Barcelona. 2022. 393 páginas.