Si el amor es contradicción, en Cada noche te escribo, Patricia Benito nos orienta en su búsqueda, en su disfrute, en su pérdida, en la compasión y en la reconciliación con una misma, ayudándonos a reflexionar sobre sentimientos y emociones universales y atemporales. El yo lírico tiene voz de mujer que sabe que el amor son “resquicios de vida que te cargan el alma para seguir”, pero que también se convierte en “píldoras momentáneas de vida y el corte de digestión posterior”.

El amor en sí mismo es tan inabarcable como contradictorio, ya lo decían nuestros clásicos, y en estos poemas de Cada noche te escribo hay lugar para el desamor (“Nudo en la garganta”, “¿Cómo voy a volver a dormir?”, “Labios rotos”); para la rendición dolorosa e irremediable (“A tus pies”, “Siempre lo haces”); para la reconstrucción emocional en la que una grita “no quiero pensar,/quiero sentir” (“Cansada”), y ser lo suficientemente valiente / para salir sin mirar atrás” (“Como una hiena”) porque “ya nada de eso es por ti” (“Bolsas llenas”) “y ni aun así me arrepiento” (“Partida perdida”).

Los poemas fluyen, los versos nos hablan, las palabras nos susurran tímidas, sin seguir una estructura predefinida o sin intentar explicar etapas o fases, como pueden ser las de la superación del amor o del desamor (la negación, la ira, la negociación, la depresión y la aceptación), sino que, como ya hiciera en su libro Primero de poeta (2015), la autora “dialoga” consigo misma y con el propio amor para entender mejor su estado de desánimo y su lucha por volver a ser una, recompuesta de los pedazos rotos que le ha provocado el darse sin remedio al ser amado. No obstante, también hay espacio para la autocrítica, pues las heridas siguen abiertas y la culpa siempre acecha ya que “sigo siendo una extraña / que no deja de lastimarse” (“Una extraña”), con la crueldad de una vida que no se detiene, la vida de los demás, que te arrastra, y que “no espera para que tú te recompongas” (“La vida sigue”).

El yo poético se permite ciertas concesiones personales o pequeños momentos de quietud como los descritos en “Cien noches para olvidarte”, o recurre a su “Mala memoria” o la escritura de despedidas ante el hecho de que “Siempre vuelves”, aunque “hace tiempo que lo que escribo no es para ti / aunque te nombre” (“Para quien venga”). También hay poemas para sentir pena por el que se ha ido, aunque, en realidad, siga siendo una condena para una misma: “Pobre mortal”, “Si no te alejas”, “Imagino que ya no” o “Hasta que te olvide”.

Los versos son teselas, de dolor y angustia, de tristeza, pero también de valoración personal, de intento de sanación emocional, de contrastes y de reconocimiento de lo inútil de la espera por aquello que no se puede (ni, tal vez, se deba) recuperar, en un intento por recomponer el mosaico roto y herido del amor. La empatía entre el yo lírico y nosotros, los lectores, es tan real y auténtica porque es imposible no reconocerse, no emocionarse, no sentir que esa es también una historia propia. Una historia en la que es tan válido el rechazo hacia las “Promesas” (“no las quiero, / nos las pedí, / no las creo”) como la lucha por algo hacia lo que “no estamos predestinados”, pues “si a este mundo loco le da por hacer trampas, / por ponerlo todo patas arriba / y zarandear al destino, / quiero estar por aquí”.

Cada noche te escribo se inicia con el prólogo de Lorena G. Maldonado en el que nos anticipa que “no sabemos nada, nada del amor. Quizá algunas cosas. Y Patricia Benito las conoce todas”. En este poemario, publicado por la editorial Aguilar en la colección Verso & Cuento, en el diseño y en las fotografías interiores han colaborado la propia autora y Paula Rosell, respectivamente. La obra finaliza con cuatro décimas en las que se afirma que “dejamos que la razón / nos rompiera el corazón / y lo volviera de acero” (“Mis más oscuros secretos”), le reconoce al ser amado que lo necesita “aquí ahora / junto a este cuerpo vencido” (“No me he ido”), le cuenta que “engullo mientras me arropa / el nudo de la derrota / bajo esta sabana rota” (“La última copa”) y admite que recuerda que “aquel / era el último verano” tras despertar “de aquel amago de invierno / que se convirtió en infierno” (“Amor eterno”).

Tal vez porque estemos en el inicio de un verano incierto, como la propia vida, o porque, como dijera Anne Sexton, “es junio. Estoy cansada de ser valiente” o porque los poemas son lucha y rendición, la contradicción sin remedio, todos los poemas “tienen varias vidas / si los sabes mirar”. Miremos, pues, leamos y, sobre todo, sintamos.

Cada noche te escribo, de Patricia Benito, editorial Aguilar, colección Verso & Cuento, 167 páginas.