«No soy una escritora fantasiosa, de evadirme a otros lugares que no sean los que tengo alrededor, los que vivo día a día».

La escritora zamorana afincada en León, Beatriz Berrocal, ha publicado hace unos meses una nueva novela, La culpa (Platero Ediciones), cuya acción se sitúa en la crisis económica de 2011 con el tema de la corrupción como telón de fondo.

«Cuando era pequeña me encantaba ponerme los zapatos de tacón de mi madre, intentaba andar con ellos con la misma dignidad que les veía hacer a ella y a sus amigas, pero me quedaban enormes y me retorcía los pies continuamente mientras daba pasos inestables, pero sin rendirme, perseverante».

− ¿Es la cita anterior un recuerdo de la infancia de Beatriz Berrocal?

En este caso concreto, la cita se refiere a un recuerdo de la protagonista de la novela. Es una de las partes que más me gusta porque es donde muestra su fortaleza, aunque por dentro esté hecha añicos. Ella dice que, en el momento vital en el que se encuentra, le vienen problemas tan grandes como en su infancia le venían los tacones de su madre. Me gustó esa semejanza y por eso lo apliqué ahí.

− ¿Qué supone la infancia para todos nosotros? ¿Cómo nos construye como seres humanos en el viaje de la vida?

Creo que la infancia es la base de todo, aunque cuando la vivimos no somos conscientes de ello. Si cada uno de nosotros echa la vista atrás y vuelve a la niñez, se dará cuenta de que los valores, las cosas que importan, los afectos… tienen su base y creación en la infancia.  

Con mis hijos, por ejemplo, tengo muy presente que en su infancia todo lo que he creado va a ser sus recuerdos, sus pasados y, por ello, he procurado y me he preocupado de hacerlo lo mejor posible.

− ¿Cómo vivió Beatriz Berrocal su infancia?

Mi padre era ferroviario y cada poco lo trasladaban: unas veces, por un año; otras, por seis meses. Eso supuso para mí no echar raíces en ningún sitio. No tengo amigas de la infancia. Esta experiencia también tuvo su parte positiva, y es con la que me quedo, pues conocí a muchas personas y ciudades, viví en varias casas…

− En el año 2016 nació el Premio Literario Manuel Berrocal Domínguez, dedicado a la memoria de tu padre. ¿Cómo surgió esta idea, Beatriz?

Surgió porque veía que los libros que habían recibido premios muy importantes de literatura infantil y juvenil se los compraba a mis hijos para que los leyeran y muchos de ellos no les gustaban. En ese momento, mi pregunta era: ¿en el jurado de esos premios hay algún joven que pueda decir: “esa historia es la que a mí me gusta”? Esos libros los ha valorado un jurado compuesto por adultos y, en muchas ocasiones, esas historias, valoradas por adultos, no coinciden con el gusto del público joven. Por ello, se me ocurrió que el jurado del Premio Manuel Berrocal Domínguez debía estar formado por lectores adolescentes.

− Ya que hablamos de recuerdos…, ¿con qué te quedas de esa experiencia de tres años?

He de confesar que fue un proyecto muy bonito, pero muy estresante. Me quedo con que hay chicos y chicas estupendos, lectores maravillosos, muy maduros. Enlazo esa madurez con la lectura, pues esta te hace crecer. Estoy segura de que son y serán estupendas personas en todos los ámbitos, pero una parte muy importante de esa personalidad se la deben a la lectura.

– Hablas en pasado… ¿crees que será posible volver a convocar el Premio?

Supuso un trabajo increíble. Me quedé un poco sola, me faltó buscar ayuda, alguien que colaborara conmigo en la labor de filtrar lo que luego el jurado de jóvenes tenía que leer y valorar. Es complicado.

También era importante que profesores de instituto asistieran a las reuniones y se viera esa implicación. Este tipo de actividades lleva un rodaje y necesita unos años para consolidarse. Después de tres años de convocatoria del Premio Manuel Berrocal, la situación me desbordó y me hacía sentir mal. Eso no podía ser. Nació de la ilusión y del ánimo, pero acabó acarreándome problemas y tensión.

− Desde el otro lado, como profesoras que acompañamos e invitamos a nuestros alumnos de 2.º de ESO a participar como miembros del jurado en el Premio Manuel Berrocal, la experiencia fue fantástica. Aprendimos muchísimo y fue muy enriquecedor para los alumnos que, además, eran muy críticos con las obras que valoraban: la trama, los personajes, el final, la redacción y ortografía… Nada quedaba fuera de su análisis.

Estoy totalmente de acuerdo con vosotras. Eran relatos escritos por adultos que tenían que valorar unos adolescentes. Eso les otorgaba un sentimiento de responsabilidad muy positivo para ellos. También cuando les ofrecíamos la posibilidad de ser ellos los que llamaran al ganador para darle la noticia del fallo del jurado era un momento muy emotivo.

En este sentido, considero que los consejos de jurados de premios literarios, y más lo enfocados hacia lo infantil o juvenil, se tuviera en cuenta a las voces más jóvenes porque saber mucho de literatura no implica tener el gusto o conectar con las nuevas generaciones de escritores y de lectores.

− Vamos a hablar ahora de tu novela La culpa. La muerte, el amor, las mentiras que sostienen una farsa política que se resquebraja… constituyen los temas de esta historia. ¿Cuál es la génesis de esta obra?

Fue mi cuñado, que era cazador, el que me sugirió escribir acerca de todo lo que rodea al mundo de la caza. No me atraía la idea de escribir por encargo y menos sobre un ambiente que para mí era totalmente desconocido. Pasado el tiempo, logré familiarizarme con él: hablé con cazadores, vi muchos capítulos de Jara y Sedal…, pero me costó mucho porque, personalmente, la caza me parece una actividad muy cruel.

De ahí surgió la idea de cómo se puede sostener la mentira durante un tiempo, pero llega un momento en que eso se resquebraja social y personalmente, pues una mentira siempre tiene nefastas consecuencias para quien intenta mantenerla.

El título del libro tiene mucho que ver con mi reflexión acerca de que la culpa es un sentimiento que quien lo tiene que tener, no lo tiene, mientras que aquellos, que no tienen nada que ver, se sienten culpables por cosas que no son su responsabilidad.

− Has elegido como contexto histórico la crisis económica de 2011. Sin embargo, nos ha llamado la atención la utilización que se hace en la novela de la caza. Beatriz, ¿el mundo es una cacería? ¿Somos depredadores?

Totalmente. Después de este año de pandemia no considero que hayamos salido mejores personas. Saldremos las mismas. No tengo esa fe idealizada en la Humanidad. Tenemos una memoria muy débil y, en muchos sentidos, somos depredadores.

− La ciudad imaginaria de Benasanta se parece tanto a nuestras ciudades… ¿De qué debería sentirse culpable la sociedad en estos momentos?

Considero que deberíamos sentirnos culpables porque nos duran muy poco la solidaridad, las buenas intenciones… Nos duran lo que dura el miedo a que a mí me pase algo. Vivimos en un mundo muy egoísta.

Creo que podríamos hacerlo un poco mejor sin necesidad de decir que “cualquier tiempo pasado fue mejor”. Las tecnologías nos están invadiendo de tal manera que están anulando nuestra comunicación, aunque pueda parecer paradójico. Nos aislamos en mundos diferentes a pesar de que compartamos un espacio familiar común. Es una incomunicación tremenda: puedes hablar con alguien de Alaska a través del móvil, por ejemplo, pero no hablas con el que tienes enfrente, cara a cara, mirándote a los ojos.

Esa incomunicación se refleja también en La culpa porque entre las hermanas, por ejemplo, no se cuentan la realidad ni confiesan la verdad. Los hombres de la obra tampoco cuentan la verdad, nadie comenta nada de lo que realmente ocurre en su casa, en el ámbito familiar de puertas para adentro.

− ¿Qué papel juega la mujer, especialmente Helena, en esta trama coral marcada por la corrupción?

Juega el papel de la mujer que clama por hacerse visible. Ahora mismo se escuchan voces de mujeres muy jóvenes que van saliendo adelante y que nos arrastran un poco a todas a continuar ese camino, pero hasta hace poco tiempo no era así. A una persona con cierta edad, como es Helena, le parece que ya es muy tarde para ella, para incorporarse al feminismo, cambiar la vida que le han marcado y que no quiere llevar por miedo al qué dirán, a los padres e hijos… He pretendido romper una lanza en favor del «sí se puede todavía», da igual la edad que se tenga porque debe primar el derecho a llevar la vida que uno quiera tener, el derecho también a reivindicarse, oponiéndose también a otros tipos de mujeres que optan por todo lo contrario como, por ejemplo, la hermana de Helena, que encarna otro tipo de mujer: aquella que vive por y para aparentar.

− ¿Quién sostiene el peso de la culpa?

Dentro de la trama política visible en la novela, la culpa la sostiene quien corrompe, un mundo de hombres, los cuales no aceptan ni siquiera que la comisaria sea una mujer a la que no toman en serio. En las relaciones personales y en las tramas internas el peso lo lleva Helena que se echa la culpa de situaciones que no le corresponden.

− ¿Cómo aprendemos a liberarnos de ese sentimiento de culpa?

Es complicado. Requiere pensar mucho; por eso me gusta tanto escribir el libro en primera persona porque me meto en la cabeza del personaje. Me gustó confrontar la tolerancia y empatía que ella siente hacia su hijo, a pesar de que no le guste la vida que está llevando, con el hecho de que ese hijo, totalmente tolerante y magnánimo con los demás, cuando llegó el momento importante, no lo fue con su propia madre.

Me gusta escribir metiéndome en la cabeza de todos los personajes porque creo que el escritor es un poco actor. Me he sentido muy bien cuando muchas mujeres, después de leer la novela, se han acercado para decirme que se identifican mucho con Helena. Me anima y me estimula a seguir escribiendo.

− ¿Qué influencia tiene la Filosofía en nuestra sociedad? En la novela incluyes una cita de Nietzsche: «Todos necesitamos el sentido de la culpa, pero nadie necesita sentirse culpable».

La Filosofía tiene mucha más influencia de lo que realmente pensamos y somos conscientes. Muchas de las cosas que vivimos, la manera de pensar, las meditaciones que llegamos a hacer… vienen de aquellos primeros que pensaron todo esto antes de nosotros. Al buscar citas para la novela, me di cuenta de las pocas mujeres filósofas que se recuerdan y reconocen y, como dicen los profesores de Filosofía, esta te enseña a pensar, y eso, según mi opinión, es una gran enseñanza para tu propia vida.

− ¿Qué papel crees que cumplen las Humanidades en el sistema educativo?

Considero que tienen un papel importante, pero depende tanto de la labor del profesorado…, de cómo vosotros, los profesores, podéis marcar la trayectoria de un alumno…

− Poco saben nuestros jóvenes de la época en la que España estuvo asolada por el terrorismo etarra. Afortunadamente, los chicos y chicas de hoy solo tienen vagas referencias de lo que se vivió en las calles y en las casas en aquellos momentos, y es a ellos y ellas a quienes va dirigida esta historia. ¿Por qué este tema está tan poco abordado en la literatura juvenil? ¿Es importante no olvidar ese pasado y darlo a conocer a quienes no lo vivieron?

Todavía sigue existiendo un poco de miedo a la hora de hablar de la banda terrorista ETA. Con mi novela Hija de nadie viví la censura de algunas editoriales por el temor a las consecuencias. Me ayudó a corregirla un ertzaina, que había trabajado también como escolta, que me advirtió de que corría un riesgo al escribir esta obra.

Considero que es una parte de nuestra historia y, por lo tanto, los jóvenes deben conocerla. Y mejor que estudiarlo en un libro de texto, si alguien te lo cuenta como se hace en Hija de nadie, una narradora que es una chica joven, les puede llegar más y dejarles una huella que se aproxime a lo que los demás, por edad, sí vivimos y padecimos. Por tanto, creo que no hay que olvidar esta parte de nuestra historia reciente en la que todos nos sentimos vulnerables y con miedo. Como sociedad nos unió mucho, todos nos sentimos víctimas.

− ¿Por qué el título Hija de nadie?

Porque el deseo de la protagonista de la obra es que no la reconocieran como la hija de la alcaldesa, pues no quería ser diferente de los demás por este hecho. Quería ser hija de nadie, desconocida, invisible, anónima.

− ¿Hay espacio para el perdón?

Tiene que haberlo, pero lleva tiempo y una generosidad tan grande que tienes que tener la herida muy curtida y cerrada para poder perdonar.

−  Tu novela Adiós, noviembre aborda el tema de la transexualidad, un asunto complejo y muy doloroso para las personas que lo sufren por la falta de tolerancia que mantiene un sector de la sociedad. ¿Sigue siendo esto así?

Estoy convencida de que sigue siendo así por muy tolerantes que todos seamos o parezcamos. Los chicos se siguen burlando de los que no son lo que consideran normales, tal vez porque en su casa no se habla abiertamente, algo que conlleva un aislamiento e incomprensión muy crueles. No es un problema, pero lo convertimos en algo que hay que curar, y ello no es así. Debemos ponernos en los zapatos de los demás.

− «Siempre se está a tiempo de cortar los hijos de la marioneta en la que te convierten para empezar a moverse otra vez por uno mismo». Esta es una cita de tu novela Marioneta, una obra centrada en el tema del acoso escolar. ¿Por qué fases pasa una víctima de acoso escolar?

Me impactó mucho la muerte de un chico de quince años, víctima de acoso, y me pregunté «¿qué puede pasarle a un adolescente para que haya decidido quitarse la vida?» Cuando presenté la novela, un día, en una firma de ejemplares, una madre se acercó y me pidió que le dedicara el libro para su hijo «porque era uno de ellos». Yo pensé que era uno de los acosados, pero ella me dijo que su hijo era un acosador. Aquello me dejó impactada. Siempre se habla de las víctimas y no de los verdugos a los que también hay que ayudar para que dejen de serlo. Es un problema muy difícil.

− ¿Qué responsabilidad crees que tiene el sistema educativo en temas de acoso escolar?

El acoso escolar tiende a silenciarse en los centros educativos por el miedo al impacto que pueda tener en la sociedad. No se trata de criminalizar a los acosadores, sino de indagar en el porqué de su conducta para reconducir la situación. Han de asumirse las consecuencias de lo hecho y valorar la responsabilidad de los actos. Personalmente, no me gustaría ser madre de un acosado, pero de un acosador tampoco porque tiene que ser durísimo ver que todos los valores que has intentado transmitirle a tu hijo se caen, se resquebrajan y hacen mucho daño a terceras personas. Me da mucha pena que los chicos que van a los centros educativos a aprender tengan que vivir situaciones tan traumáticas con 14 o 15 años, por ejemplo. Todos los que han sufrido este tipo de acoso, en cierta manera, su vida ha quedado marcada y, en no pocos casos, arruinada.

A pesar de todo, en mis novelas siempre intento abrir una ventana a la esperanza porque creo que sí se puede cambiar. Y en Marioneta es evidente esa esperanza. Fue la novela que más rápido escribí y tuve muchas ganas de terminar su redacción porque, al narrar en primera persona, yo viví la trama de forma muy intensa. Las novelas duelen cuando se terminan de escribir, pero esta sí tenía ganas de finalizarla. Con La culpa, en cambio, me dio pena acabar de escribirla porque sentí que los personajes se habían ido, empezaban a vivir por sí mismos.

− Leyendo otra de tus obras titulada Al norte del norte nos resulta inevitable preguntarnos: ¿qué nos pasa a las mujeres para sentirnos víctimas y culpables continuamente?

Desde muy pequeñas nos han enseñado a preguntarnos qué habremos hecho mal y eso es un gran error porque asumimos culpas que no nos corresponden. Considero que es básico perdonarnos a nosotras mismas y no ser tan críticas. De forma general, creo que las mujeres somos mucho más críticas que los hombres.

− Háblanos brevemente de tu pasión por la poesía…

Ella vino sin que yo la llamara. Surgió porque lo llevaba dentro y en algún momento salió. Me parece un género muy difícil, no tiene nada que ver con la narrativa, y más complicada aún en el caso de la poesía infantil. Admiro muchísimo a los escritores de poesía infantil, pero me infunde mucho respeto.

− Para finalizar esta entrevista, ¿nos puedes contar algo de los proyectos en los que estés trabajando ahora mismo?

Tengo varias cosas empezadas: un proyecto de poesía infantil que, aunque aún sin título, transitará por un catálogo de cosas que deberían estar inventadas; y una novela infantil-juvenil que aborda el tema del apartheid. No soy una escritora fantasiosa, de evadirme a otros lugares que no sean los que tengo alrededor, los que vivo día a día.

− Muchas gracias, Beatriz, por conversar con nosotras esta tarde.

Gracias a vosotras.

Con Beatriz Berrocal hemos hablado de Filosofía, de Sociología y, sobre todo, de Literatura; en relación con sus novelas:

La culpa (2020), Platero Ediciones, 494 páginas.

Hija de nadie (2021), Editorial Everest (Grupo Paraninfo), 216 páginas.

Adiós, noviembre (2021), Editorial Algar, 232 páginas.

Marioneta (2005), Editorial Everest, 96 páginas.

Al norte del norte (2007), Grup Lobher Editorial, 124 páginas.

Agradecemos a la escritora haber inaugurado la sección “Una tarde con…” e invitamos a nuestros lectores a ver la entrevista completa en el siguiente vídeo: 

https://drive.google.com/file/d/1tzI5iZPyDUO9Jw2GESB5jojagwVeDNY1/view?usp=sharing