“Un pueblo que no ayuda y no fomenta su teatro, si no está muerto, está moribundo” (Federico García Lorca).

La Historia de la Literatura nos revela que era tal la pasión de Federico García Lorca por el teatro que lo definió como “la poesía que se levanta del libro para hacerse humana”. La humanización del teatro, a través de la reivindicación de los clásicos, guio desde sus inicios el nacimiento de La Barraca, la compañía de teatro asociada a la imagen del poeta granadino, creada durante la II República y dirigida, fundamentalmente, por el dramaturgo Eduardo Ugarte. No obstante, quizás el gran público desconozca que el verdadero origen de dicho grupo teatral radica en “los barracos”, un grupo de estudiantes universitarios que persiguieron, entre 1931 y 1936, el sueño de influir en la sociedad a través de las representaciones.

Pese a ese punto de partida colectivo, Lorca se identificó personalmente con el proyecto y se entregó a la necesidad de que este género llegara a los rincones más olvidados de aquella mísera España:

“Para ello se ha valido de los clásicos como educadores del gusto popular; nuestra acción, que tiende a desarrollarse en las capitales, donde es más necesaria la acción renovadora, tiende también a la difusión del teatro en las masas campesinas que se han visto privadas desde tiempos lejanos del espectáculo teatral” (Extracto de la Memoria del Teatro Universitario).

Y así, partiendo de esta máxima ética, recuperaron obras casi inéditas, como el auto sacramental de La vida es sueño, un texto del siglo XVII que, a juicio del propio Lorca, constituye “el poema de la creación del mundo y del hombre, pero tan elevado y profundo que en realidad salta por encima de todas las creencias positivas”.

La Guerra Civil puso punto y final a esta utopía, pero no a su espíritu ni a su legado. Hoy los tiempos son otros, pero las aventuras de los nuevos “barracos”, en pleno siglo XXI, continúan, como lo demuestra el proyecto llevado a cabo por el guionista Ricardo Vilbor, el dibujante Alberto Sanz y el colorista Mario Ceballos, quienes adaptaron la obra clásica de Pedro Calderón de la Barca al cómic La vida es sueño (2018). Un gran reto para estos autores que, desde el principio, quisieron reivindicar la necesidad de dar visibilidad gráfica entre los jóvenes a un texto del Siglo de Oro.

El drama de 1635 reflexiona sobre la capacidad del ser humano para ejercer su libertad frente a la tiranía de las estrellas. Tan atemporal como entonces, constituye un acto de rebeldía contra el ejercicio del poder e incluso contra ese mapa de los afectos. Bajo la historia del desafortunado príncipe Segismundo, reside una obra maestra que nos habla de la lucha contra el destino, de la razón contra el instinto, de la fugacidad de la vida, del papel que representa el hombre en este mundo ilusorio, perdido entre sombras, porque “toda la vida es sueño / y los sueños, sueños son”. Y nos conmueve la capacidad con la que lo seres humanos, rehenes de sí mismos, se reconstruyen a través del pensamiento, de la acción y de la búsqueda de la verdad, ya sea en la ficción o en la realidad.

Como señala Ricardo Vilbor, “somos unos presos que no admiten vivir entre barrotes, pero que no dudan en señalar la torre en que viven los demás”. “Calderón- añade el guionista- es hoy más actual y necesario que nunca, ya que percibimos la realidad a través de pantallas y tenemos serios problemas para diferenciar lo real de lo virtual. Vivimos como Segismundo, como los prisioneros del mito de la caverna de Platón, encerrados en una torre, en nuestra cueva. De La vida es sueño me siguen fascinando sus diálogos, su poesía, la acción, los personajes, los temas… Pero, por encima de todo, su universalidad; todos nos hemos cuestionado y nos cuestionamos nuestra libertad, nuestro albedrío, la existencia del destino o el determinismo”.

Ricardo confiesa que adaptar el lenguaje de Calderón al lenguaje del cómic no resultó nada fácil. “Tenía –continúa− demasiado respeto por el texto original y ello hacía que los primeros borradores fueran demasiado fieles, con eternos monólogos que ralentizaban el ritmo. Hasta la cuarta versión no le “perdí” el suficiente respeto al texto para adaptarlo correctamente. Pero, ¿cómo no tenerle excesivo respeto? Para Luis Cernuda, Calderón era el último maestro de la rima y el secreto de la misma murió con él. Schelling dijo, tras asistir a una representación de El mágico prodigioso: “No existe nada más excelente. Me atrevería a decir que en caso de que se perdiese la poesía del mundo entero, podría ser reconstruida con base en este drama”. Y Goethe, el autor de Fausto, afirmaba: “Forma y fondo se compenetran en sus obras hasta la absoluta diafanidad. El mismo Shakespeare me parece oscuro comparado con Calderón”. “No ha sido cuestión de recortar, sino de seleccionar y adaptar. He actualizado el vocabulario, pero tratando de mantener la rima siempre que he podido; así, he buscado que, aun comprensible para el lector actual, el texto conservase cierto regusto clásico. Al igual que resumir no es acortar un texto, adaptar no es recortarlo. El cómic es un medio en sí y obviar el empleo y la fuerza de las imágenes y su narrativa habría llevado a una traslación, nunca a una adaptación” –concluye Ricardo.

En cuanto al mundo en el que se desarrolla la historia, el excepcional trabajo de Alberto Sanz y Mario Ceballos “está más cerca de la ensoñación que del factor fidedigno histórico”. En este trabajo ha sido fundamental la documentación y la influencia de los dibujos animados –confiesa Alberto. “Llevo más de quince años en la industria de la animación y eso acaba formando parte de uno mismo. La manera de planificar el proyecto, cómo estructuro la narración gráfica y cómo dibujo a los personajes son fruto de esa experiencia. Algo por lo que estoy muy pendiente, tanto en un medio como en otro, es en la composición del plano o viñeta y por el acting de los personajes: que sus expresiones faciales comuniquen pensamientos y sentimientos”.

En este sentido, conviene destacar la fuerza del color que Mario Ceballos ha aportado al cómic. “Desde el primer momento que leí el guion de Ricardo –asegura Alberto−, tuve claro que la historia tenía que ser en color y que este tendría una relevancia muy importante, hasta el punto de ser un protagonista más. No dudé ni un segundo y se lo propuse a Mario quien ha hecho un excelente trabajo, dotando a cada escena del color correspondiente, según su carga dramática. Podréis observar que la luz va cambiando poco a poco desde la primera hasta la última página, convirtiendo el cómic en una obra de arte”.

“Pues así llegué a saber / que toda la dicha humana, / en fin, pasa como sueño, / y quiero hoy aprovecharla / el tiempo que me durare”.

– La vida es sueño. Calderón de la Barca. Madrid. Editorial Santillana. 2005. 142 páginas.

– La vida es sueño. Calderón de la Barca. Barcelona. Editorial Vicens Vives. 2019. 256 páginas.

– La vida es sueño. Ricardo Vilbor, Alberto Sanz, Mario Ceballos. Cómic Panini, 2018. 112 páginas.