«Cuando veamos que de nuevo se aprecia y recompensa a los actores que llevan al escenario o a la pantalla generosidad, deseo, vida orgánica, acciones ejecutadas libremente −sin deseo de recompensa ni miedo a la censura o la incomprensión− tendremos una de las primeras señales de que la manera de nuestra época introvertida y desdichada ha comenzado a cambiar, y que volveremos a tener el anhelo y la disposición de contemplarnos a nosotros mismos» (David Mamet).

Fermín Cabal Riera es uno de los autores más comprometidos del teatro español. Referente del teatro independiente, es autor, director, guionista cinematográfico y ha adaptado varias obras extranjeras, entre las que destaca El búfalo americano (2005), del norteamericano David Mamet, o una buena parte del teatro de Christopher Durang. Este leonés, que nunca ha olvidado su tierra, y «aquí estoy para lo que quieran mis paisanos», muy pronto se hizo dramaturgo «porque era mucho más fácil que ser actor».

Parte fundamental de la historia de nuestro teatro, algunos de sus más celebrados títulos son: Tú estás loco, Briones (1978), Vade Retro (1982), Esta noche, gran velada (1983), Caballito del diablo (1985), Travesía (1992), Castillos en el aire (1995), Otra noche sin Godot (2001) o Tejas verdes (2002), en las que muestra, con ternura, la dignidad de sus personajes en la tragicomedia de su día a día. Pero, además, Fermín Cabal ha sido también guionista de series de televisión, profesor, director de escena y autor de los ensayos Teatro español de los 80 (1985), en colaboración con José Luis Alonso de Santos, y La situación del teatro en España (1994). Su labor ha sido reconocida con numerosos galardones, entre los que se encuentra el Premio de la Crítica, recibido en 1984 y en 1997.

La tinta inicia, con Fermín Cabal Riera, un abril que dedicaremos a autores de la tierrina y, también, a aquellos que están y se sienten, de una u otra forma, muy cercanos a León…

– Según tus declaraciones, a los ocho querías ser escritor, a los quince, director de cine, a los veinte te habías resignado a ser poeta en los ratos libres y a los veinticinco te encontraste por azar con el teatro. ¿Cómo fue ese encuentro casual y qué papel jugó la ciudad de León en todo ello?

Conocí a una chica, que estudiaba Filología Románica y trabajaba profesionalmente en el teatro, de la que me enamoré. Por aquel entonces, yo estudiaba en Madrid, por lo que la ciudad de León no influyó mucho en este asunto, aunque, quizá, lo haya hecho misteriosamente. Cuando era niño, León era cuna de monjitas y guardias civiles, y hoy está llena de poetas y novelistas. ¿Por qué? ¿Ha sido culpa de Victoriano Crémer? ¿De la canalización del Bernesga? ¿La raza leonesa decae? No sabría responder a esta pregunta.

Formaste parte del teatro independiente a través de los grupos Tábano, Los Goliardos… ¿Qué papel desempeñó este teatro en la Transición española?

El teatro independiente español en los últimos años de la dictadura fue un movimiento antifranquista de cierta importancia. En un primer momento, sus objetivos y motivaciones eran de orden cultural. Pretendíamos, si no recuerdo mal, que España, que vivía al margen de la cultura europea, recuperase un tiempo que nos parecía perdido. Pero la derecha española percibió que eso era peligroso y, con su habitual odio a la cultura, reaccionó violentamente y consiguió que el movimiento se radicalizase a toda velocidad. El contexto internacional también empujaba en esa dirección, así que no tuvimos oportunidad de elegir. La chusma franquista era tan borrica, tan ignorante, tan asquerosa, que no era posible un compromiso. Tuvimos mucha suerte.

Tu debut teatral, como autor y director, se produjo en octubre de 1978, cuando la Compañía Monumental de las Ventas puso en escena ese texto tan luminoso como quijotesco titulado Tú estás loco, Briones. Tras ella llegaron El cisne (1978), ¿Fuiste a ver a la abuela? (1979), Sopa de mi hijo para cenar (1979), El preceptor (1980), Vade Retro (1982) y Esta noche, gran velada (1983). ¿Qué tienen en común todas estas obras que conforman tu primer ciclo?

Mi debut teatral, como ayudante de dirección de Ángel Facio en el montaje de La boda de los pequeños burgueses de Bertold Brecht, con el grupo de Los Goliardos, fue en 1973. Al año siguiente, entré en el grupo Tábano, como ayudante de dirección de Juan Margallo. Con estas dos figuras clave en el teatro independiente español, hice mi formación, un poco precipitada y llena de lagunas, y descubrí que el teatro era algo maravilloso, sobre todo cuando tienes veinticinco años.

Las obras que señaláis son las primeras que escribí, cuando me decidí a trabajar como dramaturgo por cuenta propia. Hasta entonces escribía al servicio del grupo y cada vez percibía, con más claridad, que la etapa del teatro independiente, con la llegada de la «democracia», había perdido sentido. Me propuse hacer otra cosa, con menos implicación política y con un estilo más realista, y creo que acerté. Esas obras, en general, funcionaron muy bien y me permitieron dedicarme, profesionalmente, a la escritura. Creo que tuve mucha suerte, pero también puedo decir que trabajé mucho. 

– «Cuando escribo, me parece que trato de asir unas imágenes que brotan por el mero hecho de invocarlas…». En Caballito del diablo (1985), Ello dispara (1990), Entre tinieblas (1992), adaptación dramática del universo cinematográfico almodovariano, o Travesía (1993), permanece intacta la fragilidad con la que te acercas a la debilidad del ser humano. Escenas, incluso hiperrealistas, llenas de dolor, a las que te asomas con ironía y sarcasmo. ¿Solo desde el humor es posible afrontar la realidad?

No. Hay gente que prefiere cultivar el dolor y le saca punta. Además, la realidad es esquiva. Como decía Lacan, «el objeto alcanzado por el deseo siempre es metonímico». Al final, yo por lo menos, no sé lo que digo ni por qué.

– Has abordado también el tema de la emigración, por ejemplo, en 1994, a través de tu reescritura de Cocina, de Arnold Wesker. ¿Cuál crees que es la responsabilidad del teatro actual ante un fenómeno tan devastador como este?

Estrené esa versión muy personal de la obra de Wesker en 2004, cuando Madrid estaba lleno de inmigrantes de muchas culturas diferentes. Era un fenómeno nuevo, que nos pilló a todos por sorpresa, y supongo que esa fue mi manera de opinar sobre el tema. El teatro tiene esa enorme ventaja: la gente normal encuentra muchas dificultades para dar su opinión; en cambio, los escritores y los taxistas tenemos el privilegio de «soltar el rollo» y, además, nos pagan por ello.

– Tras dirigir la película, La reina del mate (1985), volviste a la escritura dramática. «Entonces el teatro −aseguraste−, se vivía con mucha pasión. Era una de las pocas posibilidades de expresar el sentir social de los españoles, y nosotros éramos los portavoces de públicos muy amplios».  ¿Qué crees que ha cambiado en estos últimos años?

Todo el mundo me comenta que vivimos un momento de cambio en los usos culturales, semejante al efecto de la invención de la imprenta. Personalmente, me parece que mucha gente tiene miedo de que eso suponga un desastre, quizá irreparable. Pero la imprenta fue un factor determinante en el Renacimiento. Creo que los bípedos sapiens actuales metabolizarán los avances tecnológicos y acabarán sacándoles partido. 

– ¿Qué función tiene hoy el teatro en la sociedad en la que vivimos?

Seguirá siendo un modo de expresar nuestras dudas, nuestros temores y nuestros deseos. Y, como es un medio bastante ecológico y barato, no creo que tenga muchos problemas para sobrevivir. 

 En el prólogo de Siete y media, la banca siempre gana (2015) nos aseguras que en España solo se puede hacer teatro comercial o teatro subvencionado. Y el tuyo, ¿dónde crees que se sitúa? 

No se sitúa; si hablamos del teatro profesional, porque yo vivo del cine y del teatro. Si aceptas dedicarte a otra cosa y el teatro se convierte en una afición, entonces no es difícil encontrar algún rincón para hacer algo más personal. De hecho, lo hago a menudo y no me disgusta.

Electra (1997), Medea (1998), Agripina (2002), Ni es cielo ni es azul (2003)… A menudo colocas a tus personajes en la tragicomedia clásica de su día a día, víctimas de una sociedad de errores y fracasos. ¿Somos culpables o inocentes?

Las dos cosas. La mayoría de los españoles, la inmensa mayoría, está en contra de la corrupción, por poner un ejemplo. En ese sentido, son inocentes, pero luego dan su voto a una tribu de canallas, golfos, ladrones e, incluso, no faltan los asesinos abyectos, con las manos manchadas de sangre. Quiero pensar que, poco a poco, tendremos una sociedad más justa y que la casta política, que parasita nuestra «democracia», habrá desaparecido, aunque, de momento, debemos tener paciencia.

– Una de las últimas obras, que más impacto emocional ha producido en los espectadores, es Tejas verdes, (2015) un documento escalofriante sobre la represión de la dictadura de Augusto Pinochet, contado por mujeres y, de manera especial, por Colorina. Tú mismo has dicho: «Con el teatro podemos amplificar la voz de los que se esfuerzan por hacerse oír». ¿Tu teatro sigue molestando mucho y a muchos?

El teatro siempre ha molestado a los «mandamases», algo que me parece una exageración, porque realmente los espectadores del teatro son un colectivo muy reducido. Si una obra teatral tiene cien mil espectadores es un éxito total; en cambio, en la televisión, si logras un millón de espectadores es un fracaso y «te corren a gorrazos».

«Oídos sordos» (2017), ¿es una declaración sarcástica de intenciones de nuestro pasado y de nuestro presente?

Es una comedia sarcástica, desde luego. Leí la obra de Melania Sebastián, cuando solo era un borrador, y me hizo mucha gracia. Me pareció que señalaba muy bien la obsolescencia de los valores tradicionales de la izquierda española y la necesidad de enterrar, de una vez por todas, a nuestros muertos. La gente se reía abiertamente cuando, de pronto, les metíamos un documental sobre la exhumación de las fosas comunes de la guerra civil y se hacía un silencio espeso. El teatro, parafraseando a Aristóteles, purga nuestras almas, tiene un efecto terapéutico admirable.

            – ¿Cómo se pueden cicatrizar las heridas de un país sin olvidar lo que pasó?

Los políticos viejos alimentan esas heridas porque les conviene. La polarización política fideliza al votante como cliente. Pero los viejos nos vamos muriendo a buen ritmo, y ahora con la pandemia mucho más. Pronto, la gente joven ya no sabrá por qué sus abuelos se mataron, aunque a lo mejor descubren otros motivos para sacudirse. 

– Como vicepresidente del Colegio de Gran Derecho de la SGAE, has manifestado que «la pandemia ha vuelto a poner de manifiesto el enorme potencial creativo que tiene el teatro que, a pesar de estar pasando por malos momentos, aguanta, llega al gran público y es más necesario que nunca». ¿Qué le dirías a nuestros políticos? ¿Y a los espectadores?

A los políticos no les digo nada. ¿Para qué? A los espectadores les diría que vayan al teatro. Tenemos un nivel artístico bastante bueno, y no les va a defraudar.

– ¿Cómo valoras el universo de los Premios Literarios?

Yo admiro la labor de Cáritas Diocesana y de otras organizaciones ciudadanas que, de un modo infatigable, ayudan a que España sea un país generoso donde los haya, el mayor donante de órganos del mundo, y destacado también en la donación de sangre, en la ayuda a los desastres internacionales e, incluso, y esto me deja perplejo, siendo uno de los países con menos natalidad de Europa, creo que somos el segundo país en donación de leche materna. ¿No es increíble? Estas cosas me levantan la moral, aunque no se me olvida que la tarea es enorme: la tercera parte de los españoles viven, según la estimación de Cáritas, bajo el umbral de la pobreza. En ese contexto mendicante, los premios, si te portas bien, son una ayuda y, además, los «señoritos» se hacen la foto, que les gusta mucho, y todos contentos.
«Lo que digo es que, si cumplo yo, tenemos que cumplir todos», afirma el boxeador Kid Peña en ¡Esta noche, gran velada!, de Fermín Cabal Riera, al que le agradecemos la franqueza de sus declaraciones. Y a vosotros, estimados lectores, os invitamos a leer sus obras de teatro…

            – Teatro Último: La Banca siempre gana. Fermín Cabal Riera. Mandala Ediciones. Madrid. 2015. 

  • Foto de portada: dossier Tejas verdes, de Fermín Cabal Riera. Compañía LANDEN.