«La escritura es una larga introspección, es un viaje hacia las cavernas más oscuras de la conciencia, una lenta meditación» (Isabel Allende).

La escritora y periodista francesa Cécile Pivot es autora de «una novela sobre el poder de las cartas para transformar vidas», titulada Las cartas de Esther, una obra «iniciática, impregnada de ternura y humanidad, […] una oda al poder de las palabras». Además, es autora de dos relatos, «Comme d’habitude» y «Lire!», y de la novela Battements de coeur, publicada en 2010, que obtuvo el aplauso de la crítica.

«¿Contra qué lucho? Me encanta esta pregunta porque estoy convencida de que todos luchamos contra algo. Y también porque deja una gran libertad al que contesta. Se pide ser evasivo, responder con un tópico o, por el contrario, revelar una parte más íntima de quien se es». Esther Urbain, una de las protagonistas de la novela, dueña de la librería C’est à dire, en Lyon, organiza, en memoria de su padre, el taller de escritura epistolar en el que participa un grupo heterogéneo: Juliette y Nicolas Esthonver, unos padres primerizos que, después del nacimiento de su hija Adèle, no encuentran el lugar que cada uno ocupa en la pareja; Jean Beaumont, un hombre de negocios, divorciado y con hijos, que busca cambiar de vida; Samuel Djian, un joven que ni estudia ni trabaja y que busca hallar su lugar en el mundo, tras haber sufrido una trágica pérdida familiar; y Jeanne Dupuis, una viuda ecologista que ha perdido relación con su única hija, Aurélie, tras el fallecimiento de su padre.

A pesar de que los personajes de la novela van tejiendo lazos y abriendo sus cerrados corazones ante desconocidos y aunque el ejercicio literario propuesto por la librera se convierte «en una lección de vida de que la que todos los participantes saldrán transformados», lo cierto es que, en las primeras cartas que se envían, se muestran dubitativos, descreídos, intransigentes y, por qué no decirlo, insumisos. Tal vez sea porque no estamos habituados a escribir cartas, ya que «consideramos que nos hacen perder el tiempo y nos privan de la imagen y el sonido», que nos facilitan las nuevas tecnologías, junto con la inmediatez en la respuesta requerida. No obstante, en la tarea de escribir lo que nos pasa, nuestro interés por cómo está nuestro destinatario, las dosis de ilusión y de paciencia de las que tenemos que hacer acopio, para esperar que nuestra carta llegue, nos estimula a cuidar nuestro estilo de escritura: «Nos entregamos, nos exponemos, nos arriesgamos. Escribir una carta, echarla al buzón y esperar una respuesta a vuelta de correo da otro valor a los días, un peso mayor, en mi opinión, al mensaje que va en el sobre, que se toma su tiempo y traza su camino». Ahí es donde nos surge la incertidumbre que conduce, de forma inevitable, al cuestionamiento y la impaciencia: «¿Cuándo la leerá? ¿Cuándo nos responderá? ¿Es una carta bonita? ¿Lo habré convencido? ¿Habré empleado las palabras precisas?».

La correspondencia se convierte así, cuanto menos, en un «elogio de la paciencia y la lentitud», pero en ello mismo radica su encanto. La persona habituada a escribir cartas −para sus amigos, para sus familiares, para sus compañeros de trabajo…−, si es que aún queda alguien que practique esta gratificante labor, también se encuentra inmerso en interrogantes relativos a «¿cómo romper la pared de cristal que nos separa de los demás sin ser torpes, sin ser rechazados, sin que las palabras hagan más daño todavía?». Podemos fingir que no nos damos cuenta de ello, «como si no hubiéramos visto ni comprendido ni oído. Y, sin embargo, hay que romper ese silencio. Nos aplasta, nos envenena».

Esther Urbain, la promotora del taller de escritura epistolar, a pesar de sus tribulaciones iniciales, consigue generar una red de extraños, que pasan a ser «conocidos por correspondencia», preguntándose si las cartas poseen «el poder de crear un vínculo especial entre los que las escriben». Y así parece ser, pues las cartas unen a los personajes de la novela, crean nuevas relaciones, solucionan problemas enquistados y generan nuevas formas de enfrentarse al dolor, que se produce cuando alguien al que queremos se va para siempre de nuestro lado, mostrando la fragilidad de los seres humanos ante aquello que no se prevé y la fortaleza ulterior para seguir viviendo. Pero en la correspondencia que se intercambian los personajes de la obra también se expresan las dudas y confesiones de aquellos que deciden emprender un nuevo proyecto vital, una «caída al vacío» casi obligada que posponen quienes «no soportan estar donde están y aún no conocen el lugar adonde quieren ir», tal vez porque «les cuesta dar tiempo al tiempo sin asustarse», porque «¿qué significa esta imposibilidad de contentarse con el momento presente y dejarlo ir? ¿Por qué no podemos apreciar las cosas y los acontecimientos por lo que son?». En efecto, son muchas las preguntas que la novela de Cécile Pivot plantea al lector, las mismas que nos hacemos al escribir aquello que nos ocupa y nos preocupa, en nuestro día a día, y que pueden volverse obsesivas cuando las escribimos para un «yo», que es, a la vez, emisor y receptor de lo escrito, o para un «tú», cuando elegimos a un destinatario para confesarle aquello que nos acucia y nos persigue en nuestros desvelos.

¿Y ustedes, estimados lectores, este verano, escribirán cartas o postales a sus familiares, amigos o compañeros de trabajo, para recomendarles un lugar, para hacerles partícipes de sus vacaciones, para aliviar el tedio de los calurosos días?

Las cartas de Esther. Cécile Pivot (Autora). María Dolores Torres París (Traductora). Contraluz Editorial – Grupo Anaya. Madrid. 2021. 320 páginas.